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Actualizado: 1 de julio de 2025


Era un islote de dos o tres kilómetros de extensión, propiedad de don Mariano de Elorza, que sólo la utilizaba para cazar de vez en cuando y traer de allá todos los años algunos centenares de huevos de gaviota. Estaba cubierta a trechos de pinos, pero en su mayor parte vestida de tojo, donde las liebres y los conejos tenían su guarida.

Linón de Mardana, uno de los criados del capitán, acababa de traer la última carga de tojo y árgoma. El montón, situado en uno de los ángulos de la plazoleta, era en verdad enorme, imponente. En torno de él saltaba y voceaba un enjambre de chiquillos.

«Los soldados de Santa Cruz le quitaron por reliquias las uñas, el rosario que llevaba y la cruz que un portugués que se halló en la función presentó al Sr. Marqués de Tojo, insigne bienhechor de aquellas Misiones, y su señoría la apreció mucho como reliquia de un apóstol, que así le llamaba el marqués.

En efecto, después de subir algo más por un áspero repecho, vestido casi todo él de tojo y retama, lo cual hacía muy penosa la ascensión, tocaron en la niebla y se internaron por ella. Pedro cogió de la mano á la condesa para que no cayese, en el caso de tropezar. Al poco rato sintieron húmeda la cara y las manos y se rieron como si les hubiese pasado alguna cosa placentera.

El P. Vice-Provincial, por las repetidas experiencias de la inconstancia de estos bárbaros dudaba mucho concedérselos; pero al fin se movió á enviarles dos Jesuitas, así por hacer la última prueba de su obstinación, como por condescender con la piadosa voluntad del señor marqués del Valle de Tojo, que lo pedía encarecidamente.

Palabra del Dia

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