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Actualizado: 27 de junio de 2025
La parte de atrás de la casa de los hidalgos daba a una hondonada; tenía una gran galería de cristales y estaba hecha de ladrillo con entramado negro; enfrente se erguía un monte de dos mil pies, según el mapa de la provincia, con algunos caseríos en la parte baja, y en la alta, desnudo de vegetación, y sólo cubierto a trechos por encinas y carrascas.
Llevábamos una gran cesta, que Genoveva subió hasta la cumbre del monte en la cabeza sin permitir que nadie le ayudara. Tomamos por el camino de Elguea. Nunca me había fijado en la belleza de este camino. A un lado teníamos el monte poblado de robles, de zarzas, de helechos, de toda clase de plantas salvajes y de florecillas silvestres; al otro lado y abajo, el mar, entre castaños y carrascas.
Luz se hubiera contentado con muchísimo menos: con un pedacito del mundo, precisamente de la parte de él más desdeñada de las gentes mundanas; algo así como cuadro de primavera campestre: praderas rozagantes, copudos robles, matas de rosales, senderos blandos y retorcidos entre los árboles y los rosales y las praderas; un sol cernido a través de las espesuras; fuertes contrastes de luz y sombra; rumor de brisas en el follaje y de aguas fugitivas entre márgenes de madreselvas y laureles bravíos; pájaros cantadores, y en lo alto, pero no lejos del río, sobre una base de roca blanquecina medio envuelta entre carrascas, hiedras y escaramujos, una casita, no como la choza rústica y grosera de los idilios, no tanto: podía ser un chalet muy cómodo y muy lindo, hasta con su salita de estudio y un buen piano en ella, y un terradillo desde el cual se descubriera una gran parte del panorama y se entrara en tentaciones de recorrer lo que no se veía...
Veamos ahora por qué no coincidían los nombres del Simón de la ciudad y los del Simón de la aldea. Tarea harto difícil, en verdad; pues al pasar revista, de memoria, a toda su ascendencia por ambas líneas, se encontró con que ésta parecía formada en un bosque virgen, según eran sus antepasados Carrascas, Bardales, Cajigas y Abedules.
La horrible situación de que apenas se había salvado, le dio nuevas fuerzas para huir por entre las carrascas y lentiscos, cuya espesura le puso al abrigo de su formidable contrario. Había ya atravesado una cañada de poca extensión, y subiendo a una loma, se detuvo casi sin aliento, y se volvió a mirar el sitio de su arriesgado lance.
Y al llegar aquí la candorosa Luz con sus comparaciones mentales, se quedó abismada en el mayor de los asombros... junto a la puerta de entrada al salón, en el mismo sitio donde ella tenía puesta la mirada, casi rozándose con el novio de su amiga, que pasaba por allí en aquel momento, acababa de aparecer... el otro, el mancebo de sus imaginaciones; la figura de su cuadro, con su gallardía de continente; con su pelo negro, suelto y abundante; sus rasgados ojos tan negros como el pelo y el sedoso bigote; su boca risueña y su mirar dulce y profundo. ¿De dónde venía? ¿A qué iba allí?... No cabía duda: venía de su paraíso... y en busca de ella. ¿De qué otra parte podía venir, ni qué otra cosa, sino a ella, podía buscar en el salón con aquel modo de mirar tan suyo?... Ya la había encontrado. ¡La misma sonrisa de allá; la misma expresión de ansias bien satisfechas, en los ojos; el mismo andar que cuando iba hacia la roca blanquecina medio envuelta entre carrascas, hiedras y escaramujos!
El bosquecillo de carrascas parece hacerle señas: Venga usted aquí, subprefecto; al pie de mis árboles estará usted perfectamente y podrá componer su discurso. El señor subprefecto queda seducido, apéase del coche y dice a sus gentes que le esperen mientras él va a componer su discurso en el pequeño robledal.
Las carrascas y los espinos no evitaban que el sol caldease con sus rayos la tierra pálida y enjuta, y un retostado perfume de cantueso, de estepa y de tomillo sahumaba el ambiente. Las flores de la retama surgían aquí y allá, entre los plomizos peñascos, haciendo brillar el oro de sus pétalos sobre el cielo de añil. Ramiro jadeaba. El sudor bañábale el rostro.
En el bosquecillo de verdes carrascas hay pájaros, flores y fuentes bajo la fina hierba... Al ver al señor subprefecto con sus lindos pantalones y su cartera de zapa estampada, las aves se atemorizan y enmudecen; las fuentes no se atreven a meter ruido y las flores ocúltanse entre el césped.
Movían sus cabezas los olmos, los pinos, las carrascas, las encinas; vibraba la orquesta inmensa del bosque, y de un extremo a otro esparcíase el lamento de la sinfonía salvaje, despertando los ecos en las cañadas, aguzándose en las alturas, volviendo a descender en busca de nuevas masas de árboles que repitiesen este suspiro de arpa temblorosa.
Palabra del Dia
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