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Actualizado: 5 de junio de 2025


Porque los partos de los ingenios de la persona rica y enamorada son asombros de la avaricia, y estimulos de la liberalidad, y en el poeta pobre la mitad de sus divinos partos y pensamientos se los llevan los cuidados de buscar el ordinario sustento. Pero digame vm. por su vida: de qué suerte de menestra poetica gasta ó gusta mas? A lo que respondió: no entiendo eso de menestra poetica. Mig.

Y al llegar aquí la candorosa Luz con sus comparaciones mentales, se quedó abismada en el mayor de los asombros... junto a la puerta de entrada al salón, en el mismo sitio donde ella tenía puesta la mirada, casi rozándose con el novio de su amiga, que pasaba por allí en aquel momento, acababa de aparecer... el otro, el mancebo de sus imaginaciones; la figura de su cuadro, con su gallardía de continente; con su pelo negro, suelto y abundante; sus rasgados ojos tan negros como el pelo y el sedoso bigote; su boca risueña y su mirar dulce y profundo. ¿De dónde venía? ¿A qué iba allí?... No cabía duda: venía de su paraíso... y en busca de ella. ¿De qué otra parte podía venir, ni qué otra cosa, sino a ella, podía buscar en el salón con aquel modo de mirar tan suyo?... Ya la había encontrado. ¡La misma sonrisa de allá; la misma expresión de ansias bien satisfechas, en los ojos; el mismo andar que cuando iba hacia la roca blanquecina medio envuelta entre carrascas, hiedras y escaramujos!

Los sabe de asombros, de encantos y de amores; y todos éstos son serios. Para lo cómico y jocoso atesora una infinidad de chascarrillos picantes. Siendo yo pequeñuelo, no me hartaba nunca de oír cuentos que me contaban las criadas de casa. El más bonito, el que más me deleitaba era el de doña Guiomar, cuyo argumento, en lo esencial, es el mismo del drama indio de Kalidasa, titulado Sacuntala.

La credulidad de la buena señora expandíase en ingenuos asombros ante los embustes y exageraciones que se permitía Maltrana para estremecer su alma inocente. «¡No diga! exclamaba doña Zobeida . ¡Vea!... ¡Qué cosas!» Y cuando ella no estaba presente, Isidro prorrumpía en elogios de su candor. Era para él la mejor persona de a bordo.

El crecimiento de su grandeza y de su fuerza, será objeto de perdurables asombros para el porvenir. Han inventado, con su prodigiosa aptitud de improvisación, un acicate para el tiempo; y al conjuro de su voluntad poderosa, surge en un día, del seno de la absoluta soledad, la suma de cultura acumulable para la obra de los siglos.

Y habiéndose mudado de la posada de Rufina otro día a otra de la Morería , más recatada, pasaron los que faltaron para la Academia en estudiar y escribir los sujetos que les habían dado y en hacer don Cleofás una oración para preludio della, como es costumbre y obligación de las presidencias de tales actos; y, llegado el día, se aderezaron lo mejor que pudieron, y al anochecer partieron a la palestra, donde les esperaban todos los ingenios con admiraciones de los suyos, y con los mismos antojos de la preñez pasada se fueron sentando en los lugares que les tocaban; y haciendo señal con la campanilla para obligar al silencio, don Cleofás, llamado el Engañado en la Academia, hizo una oración excelentísima en verso de silva, cuyos números ataron los oídos al aplauso y desataron los asombros a sus alabanzas.

Ella levantó la cabeza y fijó en la que así hablaba una mirada hosca, medrosa, que no parecía tener conciencia de la realidad y reflejaba como en dos vidrios profundos todos los asombros y todas las agonías... Reconoció al fin a la marquesa de Villasis, y el rostro de la pecadora, rojo de vergüenza por primera vez en su vida, ocultóse en el casto pecho de la mujer fuerte, balbuceando entre sollozos: ¡, !... Adonde no me vea nadie... A Chamartín con mi hija...

Señor dijo el cochero, si Álava está en España, en España debemos estar. Vaya, poca conversación dijo el padre, cansado ya de admiraciones y asombros: conmigo es con quien se las ha de ver usted, señor viajero. ¡Con usted, padre! ¿Y qué puede tener que mandarme Su Reverencia?

Otro de sus asombros había sido oírse llamar con un nombre que no era el suyo. ¿Quién podía ser aquel Ricardo?... Pero en la hora de dulces y soñolientas explicaciones que siguen a las de locura y olvido, ella le había hablado de la impresión que sintió en Bayreuth al verle por primera vez entre las mil cabezas que llenaban el teatro. ¡Era él... él, como le representaban sus retratos de joven!

Como estaba tan enlazado lo uno con lo otro, tirando del modo de comer salió el modo de vivir y el modo de viajar. Nuevas admiraciones y nuevos asombros. También extremé bastante la tesis aquí, y hasta sospecho que mentí un poco, aunque dentro de lo verosímil y perdonable.

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