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Y cada una de sus llamas lo incita al odio, cada chispa hace estremecer su alma con las torturas de los celos, cada rayo le atraviesa el corazón con un sentimiento de terror y de remordimiento... Gertrudis se ha echado de bruces en el suelo, y llora, llora amargamente... Con la frente inclinada y las manos juntas, él contempla fijamente el cuerpo encantador que yace delante de él, sumido en la desesperación.

La dulce voz de la niña le hizo estremecer. Contemplóla con un respeto y una sumisión que no le había inspirado jamás, y apremiado por su mirada interrogadora, replicó: Está muy bien el padrino, querida. Ella le tendió la frente esperando un beso, y el pobre muchacho se inclinó y le besó la mano con noble acatamiento.

Pero tu, que no puedes concebir sino a ti mismo, tu que tiemblas cuando quieres profundizar tu destino, y que mi soplo hace estremecer, dejame, no me llames mas." Cuando el genio desaparece una desesperacion profunda se apodera de Faust, y quiere envenenarse. "iEs pues hacia ti, licor ponzonoso, que mis miradas se fijan! Tu que das la muerte, te saludo como a una palida luz en un bosque sombrio.

¡Te callarás! pueden haber hablado, y tu necia lengua que va tan de prisa como el gato de un cabrestante, me ha impedido oír nada dijo el capitán con una volubilidad colérica, repitiendo por tercera vez : ¡Ah de la tartana!... responded o hago fuego. Esta vez se distinguió un gemido prolongado que no tenía nada de humano, y que hizo estremecer al capitán Massareo.

Cuando el reinado de El-Hakem, habia ya tenido lugar en Córdoba la recepcion de aquellas brillantes embajadas enviadas por los emperadores de Bizancio: las huestes árabe-españolas habian hecho estremecer el Africa al sangriento choque de sus armas vencedoras; la Europa entera fijaba aqui los ojos conociendo que habia de partir de aqui la civilizacion de pueblos sumidos aun en la ignorancia y la barbarie.

Esta última reflexión hacíale estremecer por momentos y le llenaba de miedo sobrehumano; pero, a veces, una voz interior y complaciente le susurraba que su Divina Majestad había querido traerle a la ciudad justiciera para que viese desecar con el fuego su antigua charca de lujuria.

Imaginaba entonces dejar a un tiempo esta vida con Beatriz para renacer allá, en las regiones inefables, y vagar a solas con ella, aspirando ese céfiro divino que parece estremecer las constelaciones. Durante algunos días su cerebro llegó a desquiciarse.

Me refugiaba yo en el recuerdo de Angelina, como en un puerto salvador; me repetía una y mil veces cuanto ella me había dicho, sus palabras más tiernas, sus frases más doloridas, las expresiones que más hondamente habían penetrado en mi corazón, y cuando me creía victorioso y alardeaba de haber triunfado en mismo, la voz de Gabriela, el eco de su piano, el ruido de su falda, el aroma de sus vestidos, cualquiera cosa suya me hacía estremecer, y me sentía débil como un niño, impotente para resistir una mirada, la más indiferente, de sus ojos azules.

Clementina llegó a irritarse tanto que dejó bruscamente de ir a su casa. Volvieron a mediar cartas. No pudieron sacar más que respuestas ambiguas, vagas esperanzas. Al fin se decidieron a entablar la demanda, y comenzó un pleito que hizo estremecer de gozo a la curia. Cesó para Clementina toda felicidad.

El nombre de Voltaire, pronunciado con todas sus letras, le hacía estremecer, al mismo tiempo que se alteraban sus ojos inflamados con el lagrimeo de la rabia. -No; señor Vicente; no están. -Me alegro. Porque si estuvieran Voltaire y Garibaldi, yo me marcharía. No podría vivir bajo el mismo techo que esos demonios.