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Esparció sus miradas por la sala; pero la relativa elegancia con que estaba puesta no la afectó. En miserable bodegón, en un sótano lleno de telarañas, en cualquier lugar subterráneo y fétido habría estado contenta con tal de tener al lado a quien entonces tenía. No se hartaba de mirarle. «¡Qué guapo estás!». ¿Pues y ? ¡Estás preciosísima!... Estás ahora mucho mejor que antes.

Afortunadamente, salió del peligro pronto: a los cinco días ya se le permitía hablar, aunque no mucho. Julia no se apartaba de su cabecera. La mamá era la encargada de recibir las numerosas visitas que llegaban; y por cierto que no se hartaba de contar a todo el mundo los pormenores de la catástrofe.

Como si hubiera dos, ó tres, ó quatro, dixo el anciano: vaya, que las personas de vuestro mundo hacen preguntas muy raras. No se hartaba Candido de preguntar al buen viejo, y queria saber qué era lo que pedian á Dios en el Dorado.

La embromaba con algún mozo que no le pareciese rival temible, improvisaba contra ella de vez en cuando algunas redondillas burlescas, que dejaban sorprendidos y extasiados a todos, muy particularmente a Rafael, que no se hartaba de reír y repetirlas, y contemplar con admiración a Andrés, como si el hacer versos fuese cosa de milagro, y la engañaba siempre que podía contándole alguna estupenda patraña, en medio de la algazara general.

Orcan fué condenado á pagarle una fuerte cantidad de dinero, y á restituirle su muger; pero el pescador, que se habia hecho hombre cuerdo, no quiso mas que el dinero. La hermosa Semira no se podia consolar de haberse persuadido á que hubiese quedado Zadig tuerto, ni se hartaba Azora de llorar por haber querido cortarle las narices.

Su madre no se hartaba de palparla, unas veces vestida, otras medio desnuda; de medirla con ávidos ojos, de verla andar, y, aunque seca de palabra siempre, de prodigar, a su manera, elogios a su precoz desarrollo físico y moral, a la redondez de su cuello, a la tersura de su garganta, a la expresión maliciosa de sus ojos, a la frescura de su boca, a la esbeltez de su talle y a todas y a cada una de sus prendas esculturales.

No se hartaba de mirarla, y una obstrucción singular se le fijó en el pecho, cortándole la respiración. ¿Y qué decir? Porque había que decir algo. El pobre joven se sentía delante de aquella hermosura más cortado que en la visita de más campanillas.

Riquín, ya muy mejorado, saltaba y corría por el campo, y en sus mejillas renacían los frescos colores de la salud. Todo el día lo pasaba D. José embelesado, y no hartaba sus ojos de mirar a la madre y al hijo. Paseaban los tres por la montaña, se sentaban, hacían vida de idilio, semejante a la que D. José había visto pintada en los biombos de la casa de Aransis.

Godofredo no se hartaba jamás de describir la luz «filtrándose por los cristales de colores, la voz del órgano resonando en sus altas bóvedas, las oraciones de los fieles elevándose entre nubes de incienso, la flecha calada de la torre señalando como un dedo al cieloPor esta razón todas las damas caían en éxtasis cuando se hablaba de él.

Hacía mal Barbarita, pero muy mal, en burlarse de la manía de su hija. ¡Como si ella no tuviera también su manía, y buena! Por cierto que llevaba a Jacinta la gran ventaja de poder satisfacerse y dar realidad a su pensamiento. Era una viciosa que se hartaba de los goces ansiados, mientras que la nuera padecía horriblemente por no poseer nunca lo que anhelaba.