Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 13 de mayo de 2025
Ya puede decir esa niña que tiene un campeón valiente dispuesto a romper lanzas por ella. La dama apuró la broma. No se hartaba de apretar al conde, como si quisiera dejarle convicto de su amor por Fernanda. Apesar de la sonrisa benévola que animaba su rostro, había ciertas extrañas inflexiones en la voz que nadie más que una sola persona podía apreciar en aquel momento.
Aunque Chemed lo había averiguado todo, quiso que Mutileder le refiriese su historia. Mutileder la refirió con elocuencia. Al hablar de Echeloría, aunque era hombre recio, se le saltaron las lágrimas. Con las lágrimas sobre sus mejillas y velando sus ojos azules, estaba el muchacho lo más bonito que puede imaginarse. Chemed no se hartaba de mirarle; pero ¡con qué miradas!
Desatáron pues los Orejones á los dos presos, les hiciéron mil agasajos, les diéron víveres, y los conduxéron hasta los confines de su estado, gritando muy alegres: No es jesuita, no es jesuita. No se hartaba Candido de pasmarse del motivo porque le habían puesto en libertad. ¡Qué pueblo, decia, qué gente, qué costumbres!
Mostró ésta gran enojo por la conducta del conde y se expresó en términos bastante vivos contra él; tomó parte por la joven, deshaciéndose en elogios de ella; no se hartaba de ponderar sus ojos, su talle, su discreción y bondad. Hasta dio ostensiblemente algunos pasos para reconciliarlos.
Los sabe de asombros, de encantos y de amores; y todos éstos son serios. Para lo cómico y jocoso atesora una infinidad de chascarrillos picantes. Siendo yo pequeñuelo, no me hartaba nunca de oír cuentos que me contaban las criadas de casa. El más bonito, el que más me deleitaba era el de doña Guiomar, cuyo argumento, en lo esencial, es el mismo del drama indio de Kalidasa, titulado Sacuntala.
Sentose a su lado y no se hartaba de contemplarla, llenándose de regocijo cuando la otra solicitaba su ayuda, aunque sólo fuera para lo más insignificante. En esto llamaron a la puerta; corrió a abrir la mona, y Fortunata no supo lo que le pasaba cuando vio entrar en la sala a Mauricia la Dura. ii
Asombrada de que en el mundo existiese un ser tan dulce, tan tierno, no se hartaba de mirarla como si acabase de bajar del cielo. Quería adivinarle los pensamientos en los ojos, quería adelantarse a sus menores deseos, quería que nadie la sirviese más que ella, quería, en fin, como todo enamorado, la posesión exclusiva del objeto de su amor.
Clara con los ojos cerrados y una leve sonrisa divina esparcida por su rostro no se hartaba de oírle. Cuando llegaron a Madrid anochecía. Las calles rebosaban de gente: las luces de los faroles comenzaban a encenderse y despedían una claridad blanca azulada al chocar con la del crepúsculo. La gran ciudad abrasada por el calor del día se preparaba con gozo a refrescarse.
Ocurríale, sin embargo, que cuanto mayor era el encanto con que la recordaba, más intenso era también el desasosiego que le producía, porque la reflexión se hartaba de decirle que Cristeta no era flor de un día o estrella de una noche. Sólo pudo librarse de ella empleando el cobarde recurso de la fuga. ¿Qué sucedería si volviese a encontrarla en su camino?
No se hartaba de felicitarse a sí propio de haber tenido bastante habilidad para no haber caído en la red. Amigo Romadonga, por esta vez se ha equivocado usted. No hay tal disgusto matrimonial dijo resueltamente Mario. Me alegro, me alegro muchísimo. Ojalá no haya entre ustedes jamás motivo de discordia repuso Matusalem con amabilidad.
Palabra del Dia
Otros Mirando