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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Orcan fué condenado á pagarle una fuerte cantidad de dinero, y á restituirle su muger; pero el pescador, que se habia hecho hombre cuerdo, no quiso mas que el dinero. La hermosa Semira no se podia consolar de haberse persuadido á que hubiese quedado Zadig tuerto, ni se hartaba Azora de llorar por haber querido cortarle las narices.
Opulento, y por tanto no faltándole amigos, disfrutando salud, siendo buen mozo, prudente y moderado, con pecho ingenuo, y elevado ánimo, creyó que podia aspirar á ser feliz. Estaba apalabrado su matrimonio con Semira, que por su hermosura, su dote, y su cuna, era el mejor casamiento de Babilonia. Profesábale Zadig un sincero y virtuoso cariño, y Semira le amaba con pasion. Rayaba ya el venturoso dia que á enlazarlos iba, quando paseándose ámbos amantes fuera de las puertas de Babilonia, baxo unas palmas que daban sombra á las riberas del Eufrates, viéron acercarse unos hombres armados con alfanges y flechas. Eran estos unos sayones del mancebo Orcan, sobrino de un ministro, y en calidad de tal los aduladores de su tio le habian persuadido á que podia hacer quanto se le antojase. Ninguna de las prendas y virtudes de Zadig poseía; pero creído que se le aventajaba mucho, estaba desesperado por no ser el preferido. Estos zelos, meros hijos de su vanidad, le hiciéron creer que estaba enamorado de Semira, y quiso robarla. Habíanla cogido los robadores, y con el arrebato de su violencia la habian herido, vertiendo la sangre de una persona que con su presencia los tigres del monte Imao habria amansado. Traspasaba Semira el cielo con sus lamentos, gritando: ¡Querido esposo, que me llevan de aquel á quien adoro! No la movia el peligro en que se veía, que solo en su caro Zadig pensaba. Defendíala este con todo el denuedo del amor y la valentía, y con ayuda de solos dos esclavos ahuyentó á los robadores, y se traxo á Semira ensangrentada y desmayada, que al abrir los ojos conoció
Esta pregunta traxo á la memoria á Zadig todas sus aventuras, y le hizo repasar la lista de todos sus infortunios, empezando por la perra de la reyna hasta su arribo á casa del bandolero Arbogad. Ha, dixo al pescador, Orcan es digno de castigo; pero por lo comun esos son los hombres que estan en privanza del destino. Sea como fuere, vete á casa del señor Cador, y espérame.
Cien veces mas infeliz que tú, respondió Zadig. ¿Cómo puede ser, decia el buen hombre, que sea el que da mas digno de lástima que el que recibe? Porque tu mayor desgracia, replicó Zadig, era la necesidad, y la mia pende del coraron. ¿Os ha robado Orcan á vuestra muger? dixo el pescador.
Fuíme con mi muger á casa del señor Orcan, que era uno de mis parroquianos; le pedímos su amparo en nuestra cuita, y se le otorgó á mi muger, y á mí no. Era mi muger mas blanca que los requesones que fuéron el orígen de mi desventura, y no brilla mas la púrpura de Tyro que el color que su blancura animaba: por eso se la guardó Orcan, y me echó de su casa.
Palabra del Dia
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