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Y por esa, fijando su mirada en aquella cruz tosca de madera enfrente de él en la pared colgada, mientras la muerte su semblante altera así piensa en su mente, casi helada: «Yo no hice á nadie mal; nunca en mi vida »en venció al deber pasion alguna, »y al bien y á la virtud con ánsia ardiente »mis fuerzas consagré desde la cuna. »La oracion y el ayuno, rudamente »á la carne rebelde han amansado, »y ha sido de mi vida en el pasado »mi orgullo la humildad, mi lecho el suelo, »mi amor el bien y mi ambicion el cielo. »Mas por cuidar del alma, he descuidado »el cuerpo á mi custodia confiado, »y devuelvo á la tierra sus despojos, »por rudas penitencias macerado, »blandas las carnes y los nervios flojos. »Yo, del caudal de fuerzas en unidas »para crecer al riego del trabajo, »sin pensar que mi vida era cien vidas, »que nada creó Dios que inútil sea, »enamorado loco de una idea »he dejado los gérmenes secarse »sin cumplir su mision, comun á todo, »de crecer, dar el fruto, y trasformarse... »Justo será el castigo, aunque severo... »¡Tu mandato, Señor, olvidé impío! »¡En vano de mi afan el logro espero! »Culpable soy... ¡Perdon! ¡Perdon, Dios mio!» Y al elevar sus ojos á la altura, una lágrima, mundo de amargura, cae de sus ojos á sus labios yertos; suspira, un nombre y un adios murmura, y queda con los ojos entreabiertos.

Sus grandes ojos negros dejaban escapar relámpagos de dulzura y de bondad; su voz fuerte y metálica adquiría a veces inflexiones suaves. Germana acabó por encontrar un parecido entre aquel grande de España y un león amansado.

Corría velozmente; no me atrevo a decir que huía. «Este bicho pensaría él es demasiado grande para Luego, cuando el moscardón se ha amansado, Ron, que estaba a su derecha, ha descrito un perfecto medio círculo y se ha colocado frente a frente de su adversario. Entonces el moscardón se ha movido, y Ron ha desandado el camino recorrido.

La gran huronera, desafiando al tiempo, permanece tan pesada, tan sombría, tan adusta como siempre. Ninguna innovación útil o bella se nota en su mueblaje, en su huerto, en sus tierras de cultivo. Los lobos del escudo de armas no se han amansado; el pino no echa renuevos; las mismas ondas simétricas de agua petrificada bañan los estribos de la puente señorial.

Opulento, y por tanto no faltándole amigos, disfrutando salud, siendo buen mozo, prudente y moderado, con pecho ingenuo, y elevado ánimo, creyó que podia aspirar á ser feliz. Estaba apalabrado su matrimonio con Semira, que por su hermosura, su dote, y su cuna, era el mejor casamiento de Babilonia. Profesábale Zadig un sincero y virtuoso cariño, y Semira le amaba con pasion. Rayaba ya el venturoso dia que á enlazarlos iba, quando paseándose ámbos amantes fuera de las puertas de Babilonia, baxo unas palmas que daban sombra á las riberas del Eufrates, viéron acercarse unos hombres armados con alfanges y flechas. Eran estos unos sayones del mancebo Orcan, sobrino de un ministro, y en calidad de tal los aduladores de su tio le habian persuadido á que podia hacer quanto se le antojase. Ninguna de las prendas y virtudes de Zadig poseía; pero creído que se le aventajaba mucho, estaba desesperado por no ser el preferido. Estos zelos, meros hijos de su vanidad, le hiciéron creer que estaba enamorado de Semira, y quiso robarla. Habíanla cogido los robadores, y con el arrebato de su violencia la habian herido, vertiendo la sangre de una persona que con su presencia los tigres del monte Imao habria amansado. Traspasaba Semira el cielo con sus lamentos, gritando: ¡Querido esposo, que me llevan de aquel á quien adoro! No la movia el peligro en que se veía, que solo en su caro Zadig pensaba. Defendíala este con todo el denuedo del amor y la valentía, y con ayuda de solos dos esclavos ahuyentó á los robadores, y se traxo á Semira ensangrentada y desmayada, que al abrir los ojos conoció

El alcaide se fué, dejando a obscuras a Martín, y vino poco después con un jergón y las mantas pedidas. Le dió Martín un duro, y el carcelero, amansado, le preguntó: ¿Qué ha hecho usted para que le traigan aquí? Nada. Venía distraído silbando por la calle. Y me ha dicho el sereno: «No se silbaMe he callado, y sin más ni más, me han traído a la cárcel. ¿Usted no se ha resistido? No.

Rafaela mejoró aquel día, y los Sacramentos, dando reposo y alegría a su espíritu, habían amansado el mal. Alonso parecía contento y con no pocas esperanzas de salvar a su mujer.