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Y he aquí a mi hombre paseándose por Madrid con las manos en los bolsillos, o viendo correr tontamente las horas en este y el otro café, hablando de la situación ¡siempre de la situación, de la guerra y de lo infames, indecentes y mamarrachos que son los políticos españoles! ¡Duro en ellos! Así se desahogan los espíritus alborotados y tempestuosos.

Tienes razón, es muy doloroso perder una cosa que se ama. Montiño se calló, y Luisa, por no irritarle más, se calló también. Está delante Inesita dijo para Montiño , y no me atrevo... será necesario quedarme solo con ella. Y siguió paseándose en silencio durante ocho ó diez minutos. Su mujer y su hija no cantaban, pero cosían.

Mariano se desperezó y después que hubo estirado bien sus extremidades, descargó el puño sobre la mesa, diciendo: «¡Maldita sea la Biblia!». Isidora, que vivía en la calle de las Huertas, salía con frecuencia al balcón, y si veía a su padrino paseándose de arriba abajo y echando con disimulo un vistazo al piso segundo, sentía pena y lástima.

Hallóle paseándose por el patio de su casa, y, viéndole, se dejó caer ante sus pies, trasudando y congojosa. Cuando la vio Carrasco con muestras tan doloridas y sobresaltadas, le dijo: ¿Qué es esto, señora ama? ¿Qué le ha acontecido, que parece que se le quiere arrancar el alma? -No es nada, señor Sansón mío, sino que mi amo se sale; ¡sálese sin duda!

Se levantó y se puso á pasear á lo largo del despacho. Temblaba; estaba aterrado. Pero no, no es esto lo que me indicó la duquesa de Gandía; no, no puede ser decía paseándose ; y luego... no me han llamado á palacio... este hombre está fuera de ... se engaña sin duda... veamos... dominémonos. Y se detuvo delante de Montiño.

Pasaba esto mientras seguía leyendo; aún estaba aturdida, casi espantada por aquella voz que oyera dentro de , cuando llegó al pasaje en donde el santo refiere que paseándose él también por un jardín oyó una voz que le decía «Tole, lege» y que corrió al texto sagrado y leyó un versículo de la Biblia.... Ana gritó, sintió un temblor por toda la piel de su cuerpo y en la raíz de los cabellos como un soplo que los erizó y los dejó erizados muchos segundos.

¿Cuándo? preguntó Salomé tomando aliento, porque ya el aliento le faltaba. El domingo por la tarde. ¿A qué hora? A eso de las cinco. ¡Cuando estábamos en la procesión! ¡Qué escándalo! Esa niña desvergonzada ... esa muchachuela.... Bien me lo sospechaba yo dijo Paz, con las manos puestas en la cabeza y paseándose por la sala como una loca.

¡El capelo! ¡el capelo! exclamaba el duque de Lerma paseándose á largos pasos por su despacho . ¡Y que no se me haya ocurrido! ¡el capelo! ¡hijo de Roma! ¡la Iglesia puesta entre el poder temporal y yo! ¡qué quieres, Pelegrín! Seguir siendo vuestro secretario. ¿Y nada más? Nada más. Pero para que siga siendo vuestro secretario, es necesario que no me deis muchos días como hoy.

El señor de Brenay, que no parece más que raras veces por su salón, estaba paseándose con agitación febril que sacudía con bruscos movimientos sus bigotes largos y retorcidos. La de Brenay, desplomada en una butaca, parecía aniquilada y olvidaba por completo el cuidado de conservar sus maneras aristocráticas. Petra, muy encarnada y como vergonzosa, estaba mordiendo rabiosamente el pañuelo.

Un español que estaba en San Petersburgo, paseándose una hermosa mañana de primavera con un ruso amigo suyo, quedó atónito, oyendo en el aire un sonido bastante agradable. Este sonido, que se oía unas veces próximo, otras lejano, cuándo a la derecha, cuándo a la izquierda, no era más que una repetición en diversos tonos de la palabra quién vive.