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Durante las semanas que había estado confinado en mi dormitorio, había conseguido hacerme de un buen número de libros, y descubierto ciertos hechos y datos concernientes al difunto cardenal que en cambio de su libertad había tenido que revelar su secreto. Andrea Sannini, según parece, era natural de Perugia, llegó a arzobispo de Bolonia, y luego se le otorgó el capelo cardenalicio.

El memorial iba acompañado de una especie de estipulación redactada sin miramientos por la pluma del pretendiente. 1.ª Que se le procurara el capelo de Cardenal, dado caso que hubiera fallecido su mujer, aplicándolo á su hijo Gonzalo Pérez en el contrario, con advertencia de no indicar á Su Santidad para quién se pretendía.

¡El capelo! ¡el capelo! exclamaba el duque de Lerma paseándose á largos pasos por su despacho . ¡Y que no se me haya ocurrido! ¡el capelo! ¡hijo de Roma! ¡la Iglesia puesta entre el poder temporal y yo! ¡qué quieres, Pelegrín! Seguir siendo vuestro secretario. ¿Y nada más? Nada más. Pero para que siga siendo vuestro secretario, es necesario que no me deis muchos días como hoy.

Bien mezquina, bien miserable. ¿No valdrá más la conquista del espíritu de esa señora que el asalto de una mitra, del capelo, de la misma tiara...?». El Magistral se sorprendió dibujando la tiara en el margen del papel. Suspiró, arrojó aquella pluma, como si tuviera la culpa de tales pensamientos, que ya se le antojaban vanos, y sacudiendo la cabeza se puso a escribir.

Ora le ensayaba sobre su cráneo de sacerdote la mitra demasiado estrecha o el capelo demasiado justo; ora la triple tiara pontificia, que parecía fabricada en un todo para su cabeza, única y sublime. Una aclamación de multitud universal estallaba a sus pies, y sentíase flotar, excelso y rígido, sentado en un trono resplandeciente.

Un día, con gran reserva, se atrevió a poner de manifiesto sus intenciones a monseñor, el cual frunció el ceño al oírle y le anunció con tono firme y decidido que abrigaba otras miras respecto a él. El abate de V * había sido nombrado obispo, y esperaba algo más; confiaba en alcanzar muy en breve el capelo de cardenal.

Blanca le hacía toda clase de fiestas y cariños al insinuante abate: al sentársele al lado, aquella criatura, fría e impávida, se volvía una gata mimosa con el clérigo: le besaba respetuosamente el dedo ceñido por el anillo de regla: le tomaba el capelo, le traía ella misma la taza de y le ponía en la boca alguna rica golosina de Roverano, con una gracia indescriptible.

¡Ah! exclamó el duque de Lerma, abandonando su sillón y yendo á abrazar á Santos ; , , eres mi amigo; eres la única persona leal con que cuento; ¡el capelo! ¡y no se me había ocurrido! ¡y sin embargo, tengo el alma llena de una inquietud vaga, del temor de verme envuelto en las traiciones infames, en los delitos de los que me rodean! ¡el capelo! ¡gracias, Pelegrín, gracias!

Y ustedes, ¿por quién enseñan? ¡Oh, el cardenal de Luca!... ¿Qué dice usted?... ¡Diez y siete volúmenes en folio!...» Es verdad que el viajero que se acerca a Córdoba busca y no encuentra en el horizonte la ciudad santa, la ciudad mística, la ciudad con capelo y borlas de doctor.

Pero no puedo complacer á Roma sin rebajar la dignidad del rey. Es un recurso desesperado. Complaced al papa, á cambio de otra complacencia del papa. Explícate mejor. Pedid á Roma el capelo.