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Mucho sentiré que crea usted, y más aún que crea la gente, si llega a publicarse esta carta, que el tono festivo en que está redactada redunda en perjuicio y descrédito de la primera obra de usted que ha visto la luz pública en un volumen. No me perdonaría yo, y calificaría de pésimo gusto, el propósito de responder con burlas a quien candorosamente me pide consejos.

El memorial iba acompañado de una especie de estipulación redactada sin miramientos por la pluma del pretendiente. 1.ª Que se le procurara el capelo de Cardenal, dado caso que hubiera fallecido su mujer, aplicándolo á su hijo Gonzalo Pérez en el contrario, con advertencia de no indicar á Su Santidad para quién se pretendía.

Su memoria, redactada con el espontáneo y agradable desaliño que le era propio, se reducía a exponerme, a grandes rasgos, el armazón de su obra benéfica, llamada por él «su deber»; los frutos principales de ella; lo que le costaba aproximadamente cada año en dinero, porque en paciencia, no tenía calo ni medida, y una relación de las familias de Tablanca más merecedoras, por sus especiales condiciones y virtudes, del amparo y la estimación de «la casona». Todo aquello me lo declaraba para mi gobierno solamente. El único encargo que me hacía, y muy encarecido, era el de procurar que no se desmembrara durante mi vida el patrimonio de los Ruiz de Bejos que pasaba a mis manos íntegro y tal como él le había recibido de las de su padre y éste de las del suyo, ni al heredarme mis hijos, si llegaba a tenerlos; y si no, que pasara a los de mi hermana con igual recomendación para los mismos fines, siempre que fueran compatibles con las leyes. Por de pronto y para «lo de puertas adentro» que me dejara guiar por las indicaciones del párroco don Sabas Peña; y si no vivía éste ya, de la persona que me buscaría por su mandato.

El acta fue redactada por su oficial mayor, revisada por los encargados de los negocios de ambas familias, y transcrita, por último, en un elegante cuaderno de papel timbrado, en el que no faltaban más que las firmas. Llegado el día, M. L'Ambert, esclavo de sus deberes, trasladose en persona al hotel de Villemaurin, a pesar de una persistente coriza que amenazaba saltarle los ojos de sus órbitas.

Adiós, salerosa. ¿Sabes que me gustas? ¿También le gustan a usted las sirvientas? Pa mucha gente quiere usted servir a la vez. La segunda carta fue redactada en estos términos: «Cristeta: No quiero resignarme a que conserves mal recuerdo de . Es necesario que te explique muchas cosas. Concédeme unos cuantos minutos, y no volveré a molestarte nunca.