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Es religioso con la devota, a quien obsequia con primorosos rosarios y virgencillas de plata; dicharachero y juguetón con la coqueta, a quien agasaja con adornos y telas; espléndido con la interesada, y aquí de las alhajas; adulador con la vanidosa, romántico con la poética, mañoso con la esquiva; y se amolda tan por completo al genio de la que corteja, que sentando con ella plaza de mandadero, luego queda convertido en prior.

Fuera ya de la estancia enjugóse precipitadamente las lágrimas para no asustar a Monina, y sentando a esta en sus rodillas, púsose a explicarle muy bajo y con gran vehemencia algo que debía de ser importante... Escuchábala la niña con los ojos muy abiertos, con ese aire de atención profunda que revela a veces en los niños un instinto superior a sus años para adivinar lo peligroso o lo terrible; cuando cesó de hablar su abuela, dijo que con la cabeza... Besóla esta en la frente con amor inmenso y volvió a repetirle con gran cuidado lo que antes le había dicho, recalcando mucho algunas frases; Monina, sin decir palabra, volvió a decir que con la cabeza.

En esta alucinación metido y disponiéndose a responder a Nieves, le sorprendió la voz del propio don Alejandro, diciendo desde la puerta del balcón: Niña, que te va a hacer daño el relente. Los dos de la barandilla se volvieron cara adentro. Nieves, más serena que Leto, respondió al punto: Al contrario, papá: me va sentando muy bien.

En aquella, la mente trabajaba en la ilusión, fabricando mundos vanos con la espuma que echan de las ideas bien batidas; en esta trabajaba en la razón, entreteniéndose en ejercicios de lógica, sentando principios y obteniendo consecuencias con admirable facilidad.

Amparo, con medio cuerpo fuera de la barandilla, palmoteaba a más y mejor. Durante el segundo entreacto, las gentes prensadas en la cazuela se hallaron unas miajas más anchas y cómodas, ya sea porque su volumen se había ido sentando y acomodándose al espacio, ya porque algunas, indispuestas con tan alta temperatura, mal de su grado hubieron de retirarse.

Bien conocida es la historia de la originalísima mujer doña Catalina de Erauso, monja en San Sebastián, que mal avenida con su sexo, se fugó del convento en 1607, á la edad de quince años, y disfrazada de hombre, marchó á Indias, donde siguió por mucho tiempo una vida llena de lances y aventuras, que no es del caso recordar, sentando después plaza en el ejército, donde por su valiente comportamiento y los muchos hechos de armas en que tomó parte, logró el grado de alférez.

Y habiéndose mudado de la posada de Rufina otro día a otra de la Morería , más recatada, pasaron los que faltaron para la Academia en estudiar y escribir los sujetos que les habían dado y en hacer don Cleofás una oración para preludio della, como es costumbre y obligación de las presidencias de tales actos; y, llegado el día, se aderezaron lo mejor que pudieron, y al anochecer partieron a la palestra, donde les esperaban todos los ingenios con admiraciones de los suyos, y con los mismos antojos de la preñez pasada se fueron sentando en los lugares que les tocaban; y haciendo señal con la campanilla para obligar al silencio, don Cleofás, llamado el Engañado en la Academia, hizo una oración excelentísima en verso de silva, cuyos números ataron los oídos al aplauso y desataron los asombros a sus alabanzas.

Volviéronse á juntar los Cários en gran número, y pusieron su ejército cerca de un áspero bosque, para ampararse en él si perdian tambien este pueblo. A las cinco de la tarde llegamos, persiguiendo los Cários, hasta Acaraiba, y sitiámosle: sentando los ataques en tres parages, y dejamos centinelas en el bosque.

Trata de cada una de ellas sentando ciertos cánones como reglas fixas, á los quales añade explicaciones para su inteligencia. No desamparó del todo aquí el Epicurismo, aunque se extendió mucho mas que Epicuro, á quien los mismos antiguos no tuvieron por Lógico.

Era éste un vejete español que vivía de la caridad pública, y a quien en Lima conocían con el apodo de Ovillitos. El apodo le venía de que en una época entraba de casa en casa vendiendo ovillos de hilo, hasta que un día resolvió cambiar de oficio sentando plaza de mendigo.