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Actualizado: 14 de junio de 2025
«¿Ese chocolate?» preguntó en el comedor, resobándose las manos una con otra, como si quisiera sacar fuego de ellas. Ahora mismo. El chocolate había de ser con canela, hecho con leche, por supuesto, y en ración de dos onzas. Le habían de acompañar un bollo de tahona, varios bizcochitos y agua con azucarillo.
Una vez adentro, podía tocar el botón eléctrico que se le antojase, para pedir a un ujier lo que tuviera por conveniente; pasear en el salón que mejor le pareciese; sentarse en el diván más cómodo; escribir en los gabinetes al efecto; pedir en secretaría el expediente más difícil de hallar, y en el archivo el libro más extraño; en fin, hasta beber, de balde, un vaso de agua con azucarillo en la cantina de la casa.
Durante la lectura de La mancha roja me bebí dos vasos de agua con azucarillo. Pero sucedió un percance, que no puedo pasar en silencio por las fatales consecuencias que pudo tener. En vez de los treinta y siete minutos que tenía calculados, la lectura de la leyenda no duró más que veintidós.
Tiró de la campanilla y dijo con singular inflexión a la doncella que acudió: Paula, que traigan un vaso de agua. Pocos instantes después se presentó Josefina, pobremente vestida, con un mandilito de tela burda, calzados los pies con toscos zapatos, soportando trabajosamente entre sus pequeñas manos una bandeja con vaso de agua y azucarillo. Los tertulios quedaron estupefactos. Luis empalideció.
Entonces se cesa de mover, y con un cuchillo rosiente se corta; luego se mueve el cazo para que suelte; vuelve a acercarse al fuego, y se vuelve sobre una tabla el perol del azucarillo.
Si en vez de esa beata viviera al lado de Pez una dama que reuniera en sus salones lo más selecto de la política, ya Pez sería ministro... De veras... ¡si yo tuviera a mi lado un sujeto semejante...! Pero vaya usted a hacer ministro a Bringas, un hombre que se pone de mal humor cuando hay que dar agua con azucarillo a cualquiera que viene a casa; un hombre que quiere que me vista de hábito y lleve a los niños con alpargatas. ¡Ah!, roñoso, menguado, nunca serás nada... ¡Oh Pez!, si tuvieras por esposa a la mujer que te corresponde, ¿cómo habías de consentir que saliera a la calle hecha un adefesio para ponerte en ridículo?... Aprende tú, bobo, de quien con cincuenta mil reales de sueldo vive con la apariencia de doce mil duros de renta y paga veinticuatro mil reales de casa.
El deán, alma de la diócesis, porque el señor obispo de puro bueno no servía para nada, agitó con la cucharilla el vaso de agua donde se estaba deshaciendo el azucarillo, bebióselo tranquilamente, se limpió los labios con la servilleta, y mientras encendía un cigarro de papel, más grueso que puro, repuso sin alterarse: Lo de siempre... ganas de asustar... algo menos será. Dile que pase.
Media hora llevaría en el uso de la palabra en medio del creciente entusiasmo del auditorio, cuando a uno de los próceres del escenario se le ocurrió que podía tener seca la boca y sería oportuno servirle un vaso de agua con azucarillo. Comunicada en voz baja la observación al presidente, éste interrumpió al orador, diciéndole: Si el señor Suárez está fatigado, puede descansar.
Bueno; si V. se empeña... Y dirigiéndose al mozo con voz ronca de mando: Con azucarillo y gotas, ¿entiendes? A mí una copa de ron. Tráete además los cigarros, para que escojamos. Se habían sentado uno frente a otro. El cadete, siempre galante, había obligado a Miguel a sentarse en el diván, mientras él se había acomodado en una silla.
El estómago estragado por la incalculable cantidad de vasos de agua con azucarillo apurados en la cantina del Congreso; callos en los pies por los interminables plantones en el pasillo central, rompiendo distraídamente con la contera del bastón el barniz de los azulejos del zócalo; una cantidad incalculable de pesetas gastadas en coches de punto por culpa de los entusiastas del distrito que le hacían ir todas las mañanas de ministerio en ministerio pidiendo la luna, para contentarse al fin con algunos granos de arena.
Palabra del Dia
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