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De vez en cuando, al cruzar al lado de una damisela, la decía: «¡Usted tan bonita, Julia!» O bien: «Me están matando esos ojos» o «Como Torcuata no la hay en Sarrió», u otra frase feliz por el estilo que encendía en puro gozo a la doncella. Pero al dejarla escapar, no perdía un punto, de su gravedad.

Todo esto notaba Lotario, y todo le encendía. »Finalmente, a él le pareció que era menester, en el espacio y lugar que daba la ausencia de Anselmo, apretar el cerco a aquella fortaleza.

Llevaba con exquisita gracia su modesto traje de señorita; se había recogido sencillamente los cabellos, cuyos ensortijados aladares daban a sus sienes puras la idealidad de una corona. Pero lo más sorprendente, lo más admirable de la niña era aquella su incopiable expresión de delicioso ensueño, que encendía en sus labios sonrisas misteriosas y en sus ojos intensas y divinas luces.

El pobre animal retrocedia, avanzaba, ladraba, se mordia á mismo, chillaba, gruñia, y cuanto más se meneaba, más se encendia la lana. El amo le llamaba, y queria apagar el fuego, pasando el baston á raíz de la piel; pero el palo le lastimaba las quemaduras, y el perro aturdido hacia ademan de morder al amo, con una rabia y un atolondramiento indefinibles.

Al contrario, yo recordaba bien todos los sitios, y al pasar por algunos se me encendía la cara de vergüenza. Por fortuna, estaba yo tan encumbrada y en posición tan diferente de la que allí tuve, que nadie me reconoció ni reconocí a nadie. Hice en mi patria el papel de peregrina misteriosa. Fuera del Padre García, con nadie quise tratar.

Proceso hubo a consecuencia del cual se descubrió que las pobres reclusas llamaban al Espíritu Santo El Quemón, porque al arrodillarse ante el confesionario se les encendía la sangre.

Con esto se encendía más y más en el corazón del amigo Migajas la llama que le devoraba, y su atrevida mente concebía dramáticos planes de seducción, rapto y aun de matrimonio. Una noche, el amartelado galán acudió puntual á la cita. La señora estaba sentada al piano, las manos suspendidas sobre las teclas, y el divino rostro vuelto hacia la calle.

Yo he amado y prefigurado en ti al héroe en flor, gloria y grandeza de la patria, al que contribuirá más que nadie a que Castilla, disuelta hoy en bandos y asolada por guerras civiles, con España toda unida a Castilla, sea la primera de las naciones. Yo, no sólo veía en tus ojos la llama del amor, sino la luz refulgente y el fuego del entusiasmo con que un numen inspirador encendía tu alma.

La luz artificial, que se empleaba en ellos, no tanto se encendía para comodidad de los concurrentes, cuanto para honrar al Santísimo Sacramento. Reanudando el hilo cronológico de nuestra narración, interrumpido en el anterior capítulo, hacia el año 1587, indicaremos algunas particularidades relativas al teatro.

Volvió en breve, e instalándose ante la copa mostró querer reanudar la conversación política, a la cual profesaba desmedida afición, prefiriendo, en su interior, que le contradijesen, pues entonces se encendía y exaltaba, encontrando inesperados argumentos.