United States or Cambodia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Varios hombres y mujeres se adelantaron y fueron a arrodillarse ante el comulgatorio; entre ellos iban la marquesa de Sabadell y la condesa de Albornoz, las dos rivales, el verdugo y la víctima, la mujer inocente y la cínica escandalosa.

La Albornoz pasó rozando con su traje el traje de su infeliz prima y fue a arrodillarse, sin reparar en ella, a cuatro pasos de distancia.

Le bastaba colocar la mirada en uno de ellos para considerarlo suyo, sin molestarse en consultar su aprobación. Era el centro de la vida en aquel pedazo de mundo que flotaba sobre el Océano, y todo el sexo masculino debía girar en torno de su persona. Aquel a quien ella hiciese un gesto, un leve llamamiento, tenía que venir forzosamente a arrodillarse a sus pies.

¡Ay! respondió la aludida, mis pretendientes no cesan de correr... Señorita dijo yendo a arrodillarse delante de la Melanval, ¿no tiene usted una liga por pequeña que sea, que se ocupe de las jóvenes casaderas?... Si no la hay debiera haberla... Sería cien veces más útil terminó levantándose, que todas esas ligas que fastidian a todo el mundo...

Las velas del altar estaban consumidas; las renovó, y colocó una almohada en el suelo para arrodillarse en ella, pues lo más molesto siempre era el dichoso hormigueo. Y empezó a subir con buen ánimo la cuesta arriba de la oración. A veces desmayaba, y su cuerpo juvenil, envuelto en las nieblas grises del sueño, apetecía la limpia cama.

Este, cuando estuvo cerca de la reina, se arrodilló. ¿Qué hacéis, padre mío? dijo dulcemente Margarita . ¡Un sacerdote, tal como vos, arrodillarse ante una pecadora tal como yo! ¡Oh! si todos pecasen en este mundo como vuestra majestad... dijo el padre Aliaga levantándose. Pues mirad, padre, lo que peco me espanta. Tengo muy poca paciencia... Vuestra majestad es una mártir.

Y les faltaba poco, en su respeto, para arrodillarse ante el matador. Otros curiosos, de barba descuidada, vestidos con ropas viejas que habían sido elegantes en su origen, movían los rotos zapatos en torno del ídolo e inclinaban hacia él sus sombreros grasientos, hablándole en voz baja, llamándole «don Juan», para diferenciarse de la entusiasta e irreverente golfería.

Antes de arrodillarse, cerraron las maderas de la ventana, para evitar que la ojeada fulgurante del relámpago les deslumbrase a cada minuto.

La atrajo a la señora y obligóla a arrodillarse delante del sillón, para tenerla más cerca todavía y poder besarla a sus anchas, en la boca, en los ojos, en la frente, en el pelo rubio y ondeado. La joven, sorprendida, repetía: Mamá, mi buena mamá...

No pasaba una sola vez por allí el piadoso Traga-santos sin arrodillarse sobre ellas y llorar la destrucción del templo.