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Actualizado: 26 de julio de 2025
Y esa misma Nadina Lubimoff golpeaba en su palacio á los criados como si aún fuesen siervos, hacía arrodillarse á sus pies á las doncellas en momentos de cólera, lo ponía todo en conmoción con su tempestuosa irascibilidad, hasta el punto de que cierto viejo príncipe que era su tutor por orden imperial deseaba verla casada cuanto antes, aunque con ello perdiese el manejo de una fortuna inmensa.
El ama de gobierno tuvo que arrodillarse ante él, abrazando sus piernas y recordándole las dulces intimidades de otros tiempos ya olvidados. Sólo así consiguió arrancar de sus manos el viejo revólver con el que pretendía recibir á tiros á los invasores. Por su culpa podían morir fusilados muchos vecinos de la ciudad, según afirmaba su vetusta compañera.
Trataba como camaradas á los oficiales de la Guardia, fumando y bebiendo lo mismo que ellos y entrometiéndose, en sus ejercicios de equitación; pero de pronto se encerraba en su palacio semanas enteras, para arrodillarse, ante los santos iconos en una crisis de misticismo, pidiendo á gritos el perdón de sus pecados.
Llegada a la puerta, mojó los dedos en la pila de agua bendita, y como si no pudiera resolverse a un adiós definitivo, volvió a arrodillarse en la nave para rezar de nuevo. Por fin, dejó aquel sombrío santuario, patria de su alma, y cuando la vi marcharse sola con aquella gran pena en su juvenil corazón, tan pequeña, tan débil, no tenía ya gana de reírme de su traje. ¡Pobre niña!
Mientras abría el ventanillo opuesto preparando una sonrisa como saludo á la nueva penitenta, Pepita fué á arrodillarse al lado de su madre. Comulgaron tras una breve espera, después de rezar su penitencia y salieron del templo, saludando con inclinaciones de cabeza á las amigas que aún estaban arrodilladas ante los confesonarios.
Al arrodillarse para ver mejor, adivinó por el tacto, más bien que por los ojos, a María de la Luz, que se había refugiado allí. Sin duda la repugnaba ocultarse en su propia habitación, en tan vergonzoso estado.
El doctor obedeció y después de besarle la frente salió del aposento. Junto a la puerta estaba Amaury. El padre de Magdalena, sin despegar los labios le llevó de la mano al oratorio de su hija; allí se arrodilló ante la cruz y obligando también al joven a arrodillarse le dijo: ¡Oremos, hijo mío! ¡Dios eterno! ¿Ha muerto ya Magdalena? gritó Amaury. No.
Proceso hubo a consecuencia del cual se descubrió que las pobres reclusas llamaban al Espíritu Santo El Quemón, porque al arrodillarse ante el confesionario se les encendía la sangre.
Palabra del Dia
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