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Actualizado: 26 de junio de 2025
Era el cuchillo que le había regalado Jaime el día antes. Como estaba de buen humor, había hecho arrodillarse al Capellanet. Luego, con burlona gravedad, le había golpeado con el arma, proclamándolo caballero invencible del cuartón de San José, de toda la isla y de los freos y peñones adyacentes.
Antes de salir para La Rinconada, la señora Angustias quiso que su hijo fuese a arrodillarse ante la Virgen de la Esperanza.
Jaime no pudo comprender este prodigio. ¿Realmente era él quien había tirado?... Quiso levantarse, y sus manos, al palpar el suelo, chapotearon en un barro denso y caliente. Se tocó el pecho, y también lo encontró mojado por algo tibio y espeso que chorreaba en hilillos sutiles e incesantes. Intentó contraer las piernas para arrodillarse, y las piernas no le obedecieron.
A mayor abundamiento, en aquel rincón del Dormitorio hay un cuadro que representa á San Jerónimo viendo llegar á Carlos V á la gloria eterna y arrodillarse á los pies de la Santísima Trinidad.
Intentaba arrodillarse al besarles la mano, no haciéndolo porque ellos se lo impedían con bondadosa sonrisa; celebraba con un gesto de satisfacción el que los visitantes le tuteasen ante los empleados, llamándole Pablito, como en los tiempos en que era su educando. ¡Jesús y su Santa Madre, por encima de todas las combinaciones comerciales!
El maestro de escuela había ido a arrodillarse junto a su mujer e hijos, que lo abrazaban con enternecimiento, recordando su peligro de hacía tres años; el alcalde, como un patriarca bíblico, ponía las manos sobre la cabeza de sus hijos, agrupados en su derredor; el tío Francisco y la tía Juana también, en medio de sus hijos, murmuraban llorando su oración; Gertrudis abrazaba a su hermosa hija, quien inclinaba la frente como agobiada por la felicidad, y Pablo sollozaba, quizás por la primera vez, teniendo aún entre sus manos la blanca y delicada de su adorada Carmen, que acababa de abrir para él las puertas del paraíso.
La humilde iglesia lejana, flotando en la sombra violácea, parecía hacer a su alma una seña inmóvil. Adriana hubiese querido volar hacia ella, arrodillarse en la penumbra más vaga de su nave pequeña y llorar a solas, indefinidamente, bajo las luces encendidas en los cirios. Subieron a la habitación de la abuelita, en seguida de comer.
Tuvo que contenerse para no gritar, y salió del templo. Su cuñada no tenía derecho á arrodillarse entre aquellas gentes. Debían expulsarla murmuró indignado . Coloca á Dios en un compromiso con sus oraciones absurdas.
Creía que con hacer una genuflexión cuando alzaban, arrodillarse sobre el pañuelo y garabatearse en el pecho y la frente la señal de la cruz, bastaba. Para eso valía más ser protestante. En todo el tiempo que llevaba de casada no le había visto acercarse ni una sola vez al tribunal de la penitencia.
Luego que salió, ésta, que había estado contemplando con emoción reprimida el semblante descompuesto de su madrastra, conmovida por la bondad que respiraban todas sus palabras, se levantó del asiento y fué a arrodillarse delante de ella. Apoderóse de sus manos blancas y descarnadas y las besó con efusivo transporte de cariño.
Palabra del Dia
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