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Las nubes pardas, opacas, anchas como estepas, venían del Oeste, tropezaban con las crestas de Corfín, se desgarraban y deshechas en agua, caían sobre Vetusta, unas en diagonales vertiginosas, como latigazos furibundos, como castigo bíblico; otras cachazudas, tranquilas, en delgados hilos verticales.

Al año siguiente, sobreseída la causa, vivía el hombre en Chamberí, y según la cháchara del barrio, muy á lo bíblico, amancebado con una viuda rica que tenía rebaño de cabras y además un establecimiento de burras de leche. Cuento todo esto como me lo contaron, reconociendo que en esta parte de la historia patriarcal de Bailón hay gran obscuridad.

Su libro, escrito lealmente y de buena fe, deja vislumbrar fácilmente el combate interior á que se entregan dos espíritus: el literalismo bíblico, que hace del mar una cosa, creada por Dios de una sola vez, una máquina que se mueve al impulso de su mano, y el sentimiento moderno, la simpatía de la Naturaleza, para quien el mar es un ser animado, una fuerza vital y casi persona, donde el alma amante del Universo crea de continuo.

Su voz despertaba ecos en el inmenso porche, más silencioso que de costumbre por la calma en que estaban las calles; y a pesar de que las gallinas y las palomas picoteaban en torno de él, quitando grandeza a la escena, don Juan parecía un personaje bíblico, un profeta desesperado gimiendo lamentaciones ante las ruinas de la ciudad amada.

La fábula del Paraíso, la sentencia del Dios bíblico imponiendo el castigo de sudar de fatiga para ganar la subsistencia, demuestra que en todos los tiempos la moral natural consideró el reposo como el estado más grato al hombre, y que el trabajo debe reputarse como un mal indispensable para la existencia, pero mal al fin.

Vean el ejemplo de las grandes naciones modernas: cuando les estorba su paso un pueblo refractario, lo suprimen... Inglaterra, con su virtud protestante y su lagrimeo bíblico, ha borrado del planeta razas enteras. España no pudo hacerlo. Tenía que poblar un hemisferio, le faltaba gente para tanta extensión, y hubo de transigir con los naturales.

El sabor francés disfrazado de chispa castellana, me encantó en ese artículo, en el cual se decían al señor Cané verdades de a puño, terminando a la postre con un merecido elogio. Posteriormente, y en el mismo diario, publicose una carta del criticado autor, en la que se defendía con gracia infinita, y con finísimo desparpajo reproducía el bíblico precepto del «ojo por ojo, diente por diente».

Al fin, en 1908, cuando preparaba mi primera excursión a América, pude escapar unas semanas de Madrid, llevando una vida errante por ambas islas. Visité la mayor parte de Mallorca, durmiendo muchas noches en pequeños pueblos donde me dieron alojamiento las familias «payesas» con una hospitalidad generosa, de bíblico desinterés.

Entró a la ciudad, y, al cruzar la plazuela de Sofraga, vio en torno a la fuente ocho o diez mozas de cántaro que dejaban correr la hora entre cuentos y decires, la boca llena de risa. Aguijoneado él mismo por la sed, miró como un bíblico milagro aquel fluido abundoso que, surgiendo de la sequiza muralla, empapaba los bordes del pilón y se volcaba por la calleja.

Revelaba, en fin, a la joven labradora, hija de padres acomodados. Este traje gracioso de la virgen montañesa la hizo más bella a mis ojos, y me la representó por un instante como la Ruth del idilio bíblico, o como la esposa del Cantar de los Cantares .