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Rocchio miró a la pizarra y el bailoteo de sus dedos aumentó: ahí estaban las vitalicias sin dar señales de vida, a pesar de su nombre; tan rudo era el golpe sufrido, pues habían caído de una altura de treinta puntos. El oro, aguijoneado por los alcistas, subió medio punto más, a 348 1/2, forzosamente, a disgusto, demostrando intenciones de bajar al 47, mareado quizá de verse tan alto.

Á Velázquez nunca le había gustado, mas aguijoneado ahora por el anhelo de la venganza, procuró doblegar á ella su gusto, consiguiéndolo á medias. Animado por el éxito, llegó á esperar que al cabo le hiciese olvidar su desdichado amor, cosa que deseaba con todas las veras de su alma. Pocas entrevistas fueron necesarias para que los dos se entendiesen.

Largo tiempo estuve paseando de arriba abajo en este punto mi recuerdo es preciso presa de un abatimiento que no sabría pintarle a usted. «¡Amo a una mujer casada!», me decía, aferrado a esta idea, vagamente aguijoneado por lo que ella tenía de irritante, lleno de terror, sobre todo, como fascinado por lo que ella implicaba lo imposible; me asombraba el ver que, sin quererlo, repetía la frase que tanta sorpresa me causó en boca de Oliverio: «esperaré», y en seguida me preguntaba: «¿pero qué?» A esto no era dable responder más que con suposiciones abominables que me resultaban profanadoras de la imagen de Magdalena.

La fuerza del sol iba en aumento; las sombras de las acacias dibujaban ya enérgicamente en el suelo contornos muy negros, y por los jardinillos no pasaba sino algún transeúnte aguijoneado por la esperanza del almuerzo, o algún señor viejo arrastrando penosamente los pies sobre la arena.

Los tres bajamos juntos la escalera, y al pasar por el hermoso y espacioso patio que conduce a la calle de la Grange-Bateliere, el desconocido saludó al empleado en aquella portería. Aguijoneado, entonces, por la curiosidad, acerqueme a aquel hombre y le interrogué: ¿Conoce usted a ese joven que acaba de marcharse?

Aguijoneado por el interés y la curiosidad, al oír estas últimas palabras, hice un movimiento, cuyo significado debió de adivinar él sin duda alguna, porque me apretó la mano entre las suyas, diciéndome: Ya supondrá usted que ese palco tiene para recuerdos muy queridos y crueles... que a nadie puedo confiar... ¿A qué conduce quejarse cuando uno es desdichado sin esperanza... y lo es por su culpa?

Había cambiado el tiempo; la noche era tranquila, no soplaba ninguna brisa, y el azul del cielo sólo estaba empañado por la columna de humo, entre cuyos blancos vellones asomaban curiosas las estrellas. Teresa luchaba con el marido, que, repuesto de su dolorosa sorpresa y aguijoneado por el interés, que hace cometer locuras, quería meterse en aquel infierno.

Ahora, cuando contemplo a las bayaderas, me explico de dónde aquella raza procede. Fue de seguro un pueblo de la India que, huyendo de los estragos que causó Timur, y aguijoneado por el miedo, llegó hasta los confines occidentales de Europa. A una tribu de este pueblo, a un errante aduar de gitanos, pertenecía Beatriz. Era como flor que brota en el cieno.

Cuando el juez se quedó solo, la confianza que lo había sostenido lo abandonó de improviso. La resistencia de Vérod lo había aguijoneado, sugiriéndole argumentos cuya fuerza contra la acusación le parecía grande; pero, al fin, viendo que el otro le daba la razón, en vez de afirmarse en su opinión, volvió a dudar.

Y al aparecer el marqués en un balcón, rodeado de sus amigotes, abríase la puerta de la cuadra y salía bufando con espumarajos de rabia un novillo, al que habían aguijoneado previamente los criados. Los que realmente eran cojos, corrían hacia los rincones, amontonándose, manoteando con la locura del miedo; y los fingidos soltaban las muletas, y con cómica agilidad se encaramaban por las rejas.