United States or Austria ? Vote for the TOP Country of the Week !


No, Rocchio, no dijo la señora, rechazando este nombre con igual alarma que el primero. A todo estoy preparada, señor Robert contestó misia Casilda suspirando. Y el inglés fué a extender la receta, como decía él con amarga ironía y la entregó a la tía de Quilito. Calle de Santa Fe leyó ésta; lejitos es; tomaré el tranvía. Señor Robert, muchas gracias...

Rocchio miró a la pizarra y el bailoteo de sus dedos aumentó: ahí estaban las vitalicias sin dar señales de vida, a pesar de su nombre; tan rudo era el golpe sufrido, pues habían caído de una altura de treinta puntos. El oro, aguijoneado por los alcistas, subió medio punto más, a 348 1/2, forzosamente, a disgusto, demostrando intenciones de bajar al 47, mareado quizá de verse tan alto.

Su cara reflejaba la concupiscencia en que ardía; sus ojos se cerraban, para mantener por más tiempo la deslumbradora visión: un río de oro deslizándose con suave murmullo, y él, en la orilla, llenando sus cántaros, tan numerosos que no podían contarse. Rocchio le vió venir y se le echó encima. ¡Lucidos estamos, señor Esteven! dijo sacudiendo su cabeza de león. ¿Qué le parece a usted?

Fulano, el senador, quebrado; la casa tal y compañía, quiebra fraudulenta; el corredor B., desaparecido; Mengano, en descubierto por doscientos mil pesos; éste, por quinientos mil; aquél, obligado a hacer cesión de bienes... A cada nombre conocido se eleva un clamor del grupo, como si Rocchio diera un pinchazo en carne viva; las caras se alargan y los comentarios se suceden sordamente.

Que se le quite a usted eso de la cabeza, señor Rocchio; los negocios de mi hijo no son de mi incumbencia; Jacinto no necesita de la bolsa de su padre para sostener su crédito. El le pagará a usted... cuando le sea posible. Con estos terremotos, ¿quién no tambalea?

Nuevo gesto y nueva exclamación del otro. Intervalo de algunos minutos, durante los cuales, Quilito y Jacinto miran los números que la tiza va marcando en la pizarra, en medio de la baraúnda de la rueda. Las vitalicias siguen firmes dice Quilito, creo que debemos lanzarnos. Vamos a ver al gringo Rocchio dice Jacinto.

Lo mismo habíale ocurrido con otro cliente, un saladerista más exacto que un reloj y cuya palabra podía venderse al peso; es decir, lo del plantón repentino, que no hubo necesidad de pedir la razón a la fuerza, pues el hombre las dió tan justas y aceptables, que Rocchio se conformó y aun llegó a disculparse por haberle molestado tan temprano. ¡Otro reloj descompuesto que no marcaba la hora!

¡Perfectamente! dijo Rocchio, temblándole las manazas, con ganas de hacer una atrocidad, porque era la tercera acometida que sufría su bolsillo aquel día. ¿De modo que usted también me planta? ¿y con qué voy a pagar yo las acciones compradas a su nombre y por su orden? ¿Sabe usted que ya me andará buscando el vendedor, y que si no le pago saldré a la vergüenza en la pizarra?

Escabullóse, sin esperar respuesta, y desapareció. La culpa me la tengo yo masculló Rocchio volviendo a su sitio, yo, que me acuesto con estos mequetrefes sin responsabilidad. ¡Sacramento!

Pero, amigo Rocchio... Amigo Esteven, cuando no se tiene dinero a mano, no se hacen operaciones de Bolsa; comprar al fiado, con ánimo de pagar si se gana y de trampear si se pierde, es una estafa, , señor, una estafa; y no retiro la palabra.