United States or Romania ? Vote for the TOP Country of the Week !


Y buscan a Rocchio, el corredor, llevados de la idea de que siempre es bueno tentar al diablo. Rocchio habla en un corro y da noticias de la crisis; es un hombrazo con muchas barbas, italiano con sus ribetes de criollo.

Lo que hay es que yo contaba con mi parte de la garantía, para hacer frente a mis compromisos de fin de mes... ¿Qué hacerle, amigo Rocchio? Aguantar la mecha, como todos.

Rocchio, el del Progreso, y los otros; aun trampeando de aquí y de allí y encalleciéndose las manos en el trabajo... El juego tan sólo, pero no se acercaría ya al tapete: su última carta estaba jugada. ¿A qué luchar más?

Se sienta y abandona la cabeza sobre el pecho; va con más frío que nunca, con más tristeza que nunca, porque ha creído sentir ahora, como en otro tiempo, la férrea mano del agio sobre su brazo robusto de trabajador. Rocchio se sentó, al fin, aniquilado.

Amigo Rocchio dice Jacintito tirando desapiadadamente de la punta de sus bigotes, va usted a comprarme quinientas acciones del Banco Vitalicio. Y otras quinientas para un servidor dice el joven Vargas con mucho aplomo. Perfectamente contesta Rocchio, pero... andar con cuidado, no sea cosa que se les vayan los pies.

Todos, al pie de la pizarra, miraban como Rocchio, angustiados, con el terror pintado en las caras pálidas, más que pálidas, lívidas.

Los que escuchan a Rocchio el corredor, ante este alud de nombres y de fortunas, que ven desaparecer en el abismo del agio, se dicen, allá en su fuero interno: ¿Quién de nosotros caerá mañana? Y las orejas gachas, se separan con apretones de manos silenciosos.

Rocchio, inmóvil, sentía que aquel número siniestro, 350, le apretaba la garganta, le ahogaba; toda la cólera de que en el día había hecho provisión, y que hacía hervir su sangre, iba a descargarla sobre aquella cifra, nuncio fatal de su ruina.

Rocchio pensaba que él, siquiera, era un hongo, y que en su triste cuarto de hombre solo, no encontraría lágrimas en el día de la desgracia, si llegaba. Ya que se cae, por la propia falta, sufrir solo sus consecuencias es siempre un consuelo para los corazones generosos.

Allí están los dos primos, a la misma hora, infaltables, ya alegres, ya decaídos, según el número que marca la tiza; ayer en la primera rueda la fortuna les sonrió, hoy se les muestra huraña. ¡Mañana será! Y el mañana no llega, parece no querer llegar nunca. Después de las cuatro se marchan, encargando a Rocchio mucho ojo; no hay que dejar pasar el cuarto de hora de la suerte.