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Pues mira, a me habría gustado ver a ese moro Muza y hablar con él... ¡Esta Juliana, que en todo quiere meterse!...». Atontada por crueles dudas que desconcertaban su espíritu, Doña Francisca no pudo expresar ninguna idea, y siguió revisando los cubiertos desempeñados.

¿Qué hablas ahí muchacho? exclamó con sorpresa . Ya sabes que los franceses se van a entregar todos. ¡Qué vergüenza! ¡Que vuelva Napoleón a meterse con los españoles! Chico, nos vamos a comer el mundo, y digo que la Junta de Sevilla es una remilgada si no nos manda conquistar a París. ¡Viva España! Y nuestro amo, ¿dónde está? pregunté intranquilo . ¿Qué ha sido del señorito de Rumblar?

No reñir, y cada uno á su puesto, que si me incomodo.... No ha de ser dijo el Sustantivo Mal, que en todo había de meterse. ¿Quién le ha dado á usted vela en este entierro, tío Mal? Váyase al Infierno, que ya está de más en el mundo. No, señoras; perdonen usías, que no estoy sino muy retebien. Un poco decaidillo andaba; pero después que tomé este lacayo, que ahora me sirve, me voy remediando.

Despertó la Gorgheggi sonriente, sin dolor de muelas; agradeció a su Bonis que velara su sueño como el de un niño; y la dulzura de sentirse bien, con la boca fresca, harta de dormir, la puso tierna, sentimental, y al fin la llevó a las caricias. Mas fueron suaves; mezcladas de diálogos largos, razonables; no se parecían a las ardientes prisiones en que se convertían sus abrazos en otro tiempo. «Así, pensaba Reyes, debieran ser las caricias de mi esposa». Serafina se había acostumbrado a su inocente Reyes y a la vida provinciana de burguesa sedentaria a que él la inclinaba, y a que daban ocasión su larga permanencia en aquella pobre ciudad y la huelga prolongada. Se iban desvaneciendo las últimas esperanzas de brillar en el arte, y Serafina pensaba en otra clase de felicidad. La falta de ensayos y funciones, la ausencia del teatro, le sabía a emancipación, casi casi a regeneración moral: como las cortesanas que llegan a cierta edad y se hacen ricas aspiran a la honradez como a un último lujo, Serafina también soñaba con la independencia, con huir del público, con olvidar la solfa y meterse en un pueblo pequeño a vegetar y ser dama influyente, respetada y de viso. Ya iba conociendo la vida de aquella ciudad, que despreciaba al principio; ya le interesaban las comidillas de la murmuración; hacía alarde de conocer la vida y milagros de ésta y la otra señora, y un día tuvo un gran disgusto porque Bonis no consiguió que se la invitara el Jueves Santo a sentarse en cualquier parroquia en la mesa de petitorio. Cantó una noche, con Mochi y Minghetti, en la Catedral, y sintió orgullo inmenso. Le andaba por la cabeza un proyecto de gran concierto a beneficio del Hospital o del Hospicio. A Mochi no le cayó en saco roto la idea; pero le torció el rumbo. Un gran concierto, , pero no a beneficio de los pobres, sino a beneficio de los cantantes, restos del naufragio de la compañía. Se dio a Minghetti, el barítono, noticia del proyecto, y le pareció magnífico.

El señor de Pez, con una crueldad sin ejemplo, dijo a su amigo que no pensara en que tal derrumbamiento se podía componer, pues la Reina estaba perdida y no tenía más remedio que meterse en Francia... ¡Bien había dicho él, bien había anunciado, bien había pronosticado y vaticinado lo que estaba pasando!

Una vez allí, antes de entrar celebraron consejillo. Ramoncito presentaba algunas dificultades. El era concejal y no podía "meterse en ruidos", máximo cuando las relaciones del Gobernador con el Ayuntamiento venían siendo un poco tirantes. Por su parte. Castro declaró lacónicamente que todo aquello era ridículo. Naturalmente, siendo ridículo ¿qué iba a hacer un hombre como él allí?

Pues estamos lucidos añadió ella . Ya somos tres. Y esto va picando en historia. Siento pasos. Si será al fin esa veleta... Los pasos no parecían de mujer. ¿Quién sería? Miraron los tres, y apareció José Izquierdo, quien al ver a doña Guillermina, se sobresaltó extraordinariamente y miró para abajo, como si se quisiera tirar de cabeza. Habría él dado cualquier cosa por tener dónde meterse.

Acabó por meterse en la habitación, pero dejando la puerta abierta... Un rectángulo de viva luz que se marcaba en el suelo y la pared de enfrente guiaría á Freya, indicándole el camino. Tampoco pudo mantener mucho tiempo esta señal.

Ya ve el chiquitín la tontería de meterse por nada en esos sudores le dijo Pedro el gordo. A poco andar ya era de piedra todo el camino, y se oyó un ruido que venía de lejos, como de un hierro que golpease en una roca. Yo quisiera saber quién anda allá lejos picando piedras dijo Meñique.

Después de una lucha en que quedaron en el campo varios combatientes, los holandeses, más en número, habían hecho meterse en el castillo de proa a los enemigos. Era el momento oportuno de apoderarse de nuevo del barco. ¿Y los chinos? preguntó Tristán. Los chinos han encontrado los barriles de opio y están en la cubierta borrachos, como muertos la mayoría contestó el contramaestre.