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II, añade: Post ultimam eversionem, quan sustinuerunt ab Adriano, multa millia hominum venundata sint & quae vendi non potuerint, traslata in Egiptum, & tam naufragio, & fame quam gentium cœde truncata.

París le ofreció un lugar de placeres como no podía encontrarlo en el resto del mundo: el Hotel Drouot. Iba á él todas las tardes, cuando no encontraba en los periódicos el anuncio de otras subastas de importancia. Durante varios años no hubo naufragio célebre en la vida parisién, con la consiguiente liquidación de restos, del que no se llevase una parte.

Eran «la segunda hornada» de exploradores, los que habían de contornear el mundo recién descubierto, a través del naufragio y la muerte. Embarcábanse años después los de «la tercera hornada», los conquistadores de reinos y fundadores de ciudades, que, mal avenidos con la paz del triunfo, acababan por pelearse entre ellos sañudamente en una guerra de banderías estúpida y feroz.

Empero muchos y muchos pierden el tiempo miserablemente, jugando como los niños á conchas, á morrillos. Cuéntase que Escipión, el vencedor de Cartago, y Terencio, cautivo escapado del naufragio de un mundo, recogían conchas en la playa, amigos excelentes en la indiferencia y abandono del pasado.

Necesitaba ver y saber, como el criminal que vuelve instintivamente al lugar donde realizó su delito. A mediodía empezaron á marcarse en el horizonte varias nubecillas. De todas partes acudían los vapores, atraídos por este ataque inesperado. El buque francés, que marchaba delante en la carrera de auxilio, moderó repentinamente su velocidad. Había entrado en la zona del naufragio.

Encarándose con Sánchez Morueta, preguntábale qué haría si supiera que en su escritorio existían hombres que deseaban el naufragio de sus barcos, el incendio de sus fábricas, el agotamiento de sus minas, la desaparición total de todo lo que era la existencia de su casa. ¿No los expulsaría, indignado?

El sur se ha levantado en este punto, Y hace que el canal ande alterado, El corriente con fuerza viene junto, Y el sur, lo que corre encontra, ha hinchado, ¡Ay Dios! que en este punto yo barrunto, Que el dia de mi fin es ya llegado. La barca se nos iba trastornando, Las balsas todas siete trabucando. Al dia del postrer juicio figuraba Aquel naufragio nuestro doloroso.

Una doncella de la marquesa había enviado de París á Barcelona este equipaje, que representaba los últimos restos del gran naufragio de los Torrebianca. En torno á Elena se fué formando un corro de chiquillos y pobres mujeres, en su mayor parte mestizas, contemplándola todos con asombro y admiración, como si fuese un ser de otro planeta que acababa de caer en la tierra.

Un navio bogaba rapidamente sobre las aguas, impulsado por los vientos propicios: he rasgado todas sus velas y roto todos sus masteleros, no ha quedado ni una sola tabla de esta ciudad flotante; no ha sobrevivido un solo hombre para llorar su naufragio... Me engano, hay uno que yo mismo he sostenido sobre las aguas por un mechon de sus cabellos ... era un sugeto muy digno de mis cuidados, un traidor en la tierra y un pirata en el Oceano.

Les he contado la historia de un naufragio, y me ha dicho el tendero: Si quiere usted trabajar, ahí en el pueblo de al lado hay una finca donde necesitan gente. He tomado la carretera y he ido a la finca; se me ha presentado un joven moreno, y, al ver que me aceptaba sin inconveniente, le dije que venían dos compañeros conmigo. De pronto el joven moreno me dijo: Vosotros sois corsarios. No, no.