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Actualizado: 8 de junio de 2025


Si doña Beatriz Enriquez no se enamorara en Córdoba de Colon, consolándole y alentándole, Colon se hubiera ido de España; hubiera muerto en un hospital de locos; no hubiera descubierto los nuevos orbes, cuya existencia había columbrado y vaticinado más de mil y cuatrocientos años antes un inspirado cordobés, y para cuyo descubrimiento le dio ánimo y bríos aquella apasionada e inmortal cordobesa.

Cuando caminaba hacia España el nuevo Rey, leíanse en los talleres, con pasión vehementísima, todos los periódicos que decían: «No vendrá». Y el caso es que vino, con gran asombro de las operarias, a quienes la prensa roja había vaticinado que la monarquía era «un yerto cadáver, sentenciado por la civilización a no abandonar su tumba». Alguna cigarrera abogó por el hijo de Víctor Manuel, rey liberal al cabo, que daba la mano a todos y no tenía maldita la soberbia; pero la inmensa mayoría convino en que, al fin, un rey siempre era un rey, y en que la monarquía no era la república federal, verdades tan palmarias que, por último, los disidentes hubieron de reconocerlas.

Y todo sucedió como él lo había dispuesto y vaticinado: se confesé a las once, comulgó a las once y media, y se murió antes de las doce. ¡Cuánto lloró Verónica aquel día, y al siguiente, y con qué fervor rezó por el alma del muerto, y con qué sinceridad prometió a su memoria grabar en el corazón sus últimas advertencias, y ajustar a ellas todos los actos de su vida!

A la izquierda de la chimenea, Dolores, sentada en una silla baja, sostenía en el brazo al niño de pecho, el cual, vuelto de espaldas a su madre, se apoyaba en el brazo que le rodeaba y sostenía, como en el barandal de un balcón, moviendo sin cesar sus piernecitas y sus bracitos desnudos, con risas y chillidos de alegría, dirigidos a su hermano Anís; este, muy gravemente sentado en el borde de una maceta vacía, frente al fuego, se mantenía tieso e inmóvil, temeroso de que su parte posterior perdiese el equilibrio y se hundiese en el tiesto, percance que su madre le había vaticinado.

El señor de Pez, con una crueldad sin ejemplo, dijo a su amigo que no pensara en que tal derrumbamiento se podía componer, pues la Reina estaba perdida y no tenía más remedio que meterse en Francia... ¡Bien había dicho él, bien había anunciado, bien había pronosticado y vaticinado lo que estaba pasando!

¿Quién entonces hubiese vaticinado que sobre ellas pudieran fundamentarse hoy importantes problemas políticos, capaces de dar solución á los gravísimos conflictos del socialismo, que la miseria desarrollada en las más ricas de nuestras provincias, levanta pavoroso amenazando destruír el equilibrio social?

Palabra del Dia

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