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Al deshonor sus hijas entregadas, Las madres en los templos azotadas Coronadas del moño de irrision, Arrastrando cual mulas torpe carro Donde llevan un ídolo de barro Que colocan al lado del Señor!! La tribuna de Agüero y de Dorrego, Cuya palabra descendió cual riego En medio de la barra popular, Hoy la ocupan estúpidos sectarios Donde leen un papel sin comentarios En defensa del crímen y maldad.

«Figurémonos que usted se me muere: ¿qué va a ser de ?». «Es horroroso, es horroroso, pensaba el Magistral, pasar plaza de santo a sus ojos, y ser un pobre cuerpo de barro que vive como el barro ha de vivir. Engañar a los demás no me duele; ¡pero a ella!

Olga estaba hecha de un barro menos grosero, su sistema nervioso no necesitaba choques tan violentos, y lo que en otros no produciría más que una simple picazón, a ella le hacía el efecto de un latigazo.

Y se desabrochó la levitilla y la camisa, mostrando la pequeña bolsa de cuero sudada y negruzca que pendía sobre su pecho. ¡Macanas!... ¡Macanas! repitió el extranjero, apurando el resto de la botella de barro y empezando otra que acababa de traer el dueño del cafetín.

Desde aquella tarde cambió radicalmente la vida de los dos. Jaramillo tuvo que ir en busca de un curandero amigo de su padre. Su dedo herido se había puesto negro, y era preciso cortarlo para que la podredumbre venenosa no le llegase al corazón. El mago indígena afiló en una piedra el mismo cuchillo de que se servía para rascarle el barro á su caballejo y para partir el pan.

Atravesando la vega en las horas de más sol, cuando ardía la atmósfera y moscas y abejorros zumbaban pesadamente, sentíase una impresión de bienestar ante esta barraca limpia y fresca. El corral delataba, á través de sus bardas de barro y estacas, la vida contenida en él.

Las mugeres hilaban, tegian las vestimentas y las hamacas indispensables en un pais continuamente anegado, confeccionaban la vagilla de barro, y ayudaban á recoger las cosechas, ocupándose al mismo tiempo de las faenas domésticas.

Muchas guardaban aún sus mostradores de piedra y sus tinajas de barro. Los edificios particulares carecían de fachada. Sus muros exteriores eran lisos, inabordables, con algún que otro tragaluz enrejado y alto, lo mismo que en los palacios de Oriente.

Llegóse, en fin, el punto de verme con ella en su aposento, que era escuro, estrecho y bajo, y solamente claro con la débil luz de un candil de barro que en él estaba; atizóle la vieja y sentóse sobre una arquilla, y llegóme junto a , y, sin hablar palabra, me volvió a abrazar.

Es que cuando un conjunto de circunstancias favorables pone en las manos del hombre gran cantidad de bienes, privándole de uno solo, la fatalidad de nuestra naturaleza o el principio de descontento que existe en nuestro barro constitutivo le impulsan a desear precisamente lo poquito que no se le ha otorgado.