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Actualizado: 24 de junio de 2025
Como la enferma no estaba muy segura de padecer todos los males de que se quejaba, temerosa muchas veces de que las pócimas recetadas no fuesen necesarias dentro del estómago y acaso sí perjudiciales, prefería por regla general el uso externo, con lo cual se aumentaban las fatigas del cónyuge curandero, porque todo se volvía untar y frotar el cuerpo delgaducho y quebradizo, quejumbroso y desvencijado, de su media naranja o medio limón, como él la llamaba para sus adentros; porque los desahogos de Bonis eran de uso interno, al contrario de lo que sucedía con las medicinas de su mujer.
De saludador á curandero ó viceversa, no había más que un paso, y entre los segundos también los hubo que gozaban de crédito en la república hispalense, no siendo agenas á la profesión las mismas mujeres como p. e.
Y no se entienda que condene yo el prurito, que es natural e invencible, ni menos el resultado, que, si no llega a ser provechoso, es sin duda, o puede ser, ya divertido, ya interesante. ¿Y cómo condenarlos sin condenarme yo mismo, que me he metido también a curandero escribiendo o dictando modestamente algunas recetas?
Varias mujeres corrieron para traer antes á cierto peón siciliano que gozaba fama de gran curandero. Los curiosos entraban en el almacén para enterarse de la gravedad de las heridas. En medio de la calle, unas comadres hablaban á gritos contra Manos Duras y sus camaradas. Robledo volvió á emprender la marcha hacia su casa, con aire pensativo. González tenía razón: el demonio andaba suelto.
Y si tomamos por causa el efecto, ¿no nos exponemos a errar la cura? Tal es la consideración que me desalienta, que me retrae del oficio de curandero y que me mueve a no dar mayor crédito que el que me doy a mí mismo a otros curanderos más confiados. Diré aquí, sobre el particular, lo que me inspira el sentido común precientífico y rastrero.
Desde aquella tarde cambió radicalmente la vida de los dos. Jaramillo tuvo que ir en busca de un curandero amigo de su padre. Su dedo herido se había puesto negro, y era preciso cortarlo para que la podredumbre venenosa no le llegase al corazón. El mago indígena afiló en una piedra el mismo cuchillo de que se servía para rascarle el barro á su caballejo y para partir el pan.
Venía al salón sin que nadie le llamase, ansioso por saber lo ocurrido, temiendo encontrar moribundo á Ferragut. Viendo la sangre, su desesperación se expresó con una vehemencia maternal. «¡Cristo del Grao!... ¡Mi capitán va á morir!...» Quiso correr á la cocina en busca de algodones y vendas. El era algo curandero, y guardaba lo necesario para el caso. Ulises le detuvo.
Nadie siente un alma religiosa en un baile, en un banquete, en un encuentro de amor. Ella necesitaba creer, porque era desgraciada. Se acogía á la religión como un enfermo desesperado implora al curandero en el que no tiene fe, porque la razón le muestra sus errores, pero que al mismo tiempo le halaga con una absurda esperanza al haber sanado á otros milagrosamente.
De chico tomé un golpe en una rodilla, y no sé si por el tratamiento del curandero, que me aplicó únicamente emplastos de harina y de vino, o por qué, el caso es que padecí, durante bastante tiempo, una artritis muy larga y dolorosa. Quizá por esto me crié enfermizo, y el médico aconsejó a mi madre que no me llevara a la escuela. Mi infancia fué muy solitaria.
Palabra del Dia
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