Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 8 de septiembre de 2024


Pugnaban las manos sangrientas de los curanderos por devolver a la abierta cavidad las flácidas entrañas; pero la respiración jadeante de la víctima las hinchaba, haciéndolas salir de su encierro y desparramándose otra vez como piltrafas empaquetadas. Una vejiga enorme inflábase entre los despojos, entorpeciendo el arreglo. ¡La bufa, valientes!... gritaba el director . ¡Duro con la bufa!

Ya que tratamos de la ciencia de curar, aunque practicada por saludadores y curanderos, dedicaremos algunas líneas á la profesión de la «flebotomia» que es ni más ni menos que la de los sangradores, y á la cual, los poco escrupulosos amanuenses del siglo XVI, llamaban flonotomia y de aqui flonotomianos. Estos, además, solían ser dentistas y fabricantes de medicinas.

Pero cuando le vieron aparecer, armado de sus éxitos y doctor hasta los dientes, los curanderos del país, y su tío que, después de todo, no era otra cosa, le preguntaron por qué no se había quedado en París. Unía a su talento unos modales tan seductores y le sentaba tan bien su gran paletó, que se adivinaba desde el primer día que todos los enfermos serían para él.

Y... ¡Hola! exclamaron unos y otros acercándose y aprestándose á escuchar. Los proyectos de don Custodio eran famosos como los específicos de los curanderos.

Muchas veces, el trágico vacío de los órganos perdidos remediábanlo los bárbaros curanderos con puñados de estopa introducidos en el vientre. Lo importante era mantener en pie a estos animales unos cuantos minutos más, hasta que los picadores volviesen a salir a la plaza: el toro se encargaría de rematar su obra... Y los jacos moribundos sufrían sin protesta esta lúgubre transfiguración.

Llevaba muchos años dentro del cuerpo una bala española que no le habían podido extraer los curanderos de su partida. Cuando los cirujanos de Londres y París intentaron la operación, ya era tarde. Y una mañana, el ayuda de cámara, al entrar en su dormitorio, lo encontró muerto.

Andaba en tratos con viejas tenidas por brujas, consultaba a curanderos hebreos, se encerraba en su dormitorio con toda esta gente sospechosa, y los vecinos temblaban viendo a altas horas de la noche sus ventanas inflamadas por un fuego de infierno. Algunos de sus esclavos languidecían, pálidos, como si les chupasen la vida.

Y si tomamos por causa el efecto, ¿no nos exponemos a errar la cura? Tal es la consideración que me desalienta, que me retrae del oficio de curandero y que me mueve a no dar mayor crédito que el que me doy a mismo a otros curanderos más confiados. Diré aquí, sobre el particular, lo que me inspira el sentido común precientífico y rastrero.

Ninguna opinión tan valiosa para el caso actual como la del misionero antes citado, que dice lo siguiente sobre la psicología de los filipinos: "Como gente ignorante y poco culta, no dejan de tener los indios algunos resabios de supersticiones que practican inconscientemente engañados por los curanderos, que son los que mantienen vivas estas ridículas tradiciones de sus abuelos, sin que sepan dar razones de porque las hacen."

No los había visto nunca, por ser una mísera ignorante; pero su abuelo y su padre, grandes «machis», ó sea curanderos mágicos, tenían frecuente trato con estos demonios pequeñísimos. Sólo los sabios indígenas podían conocerlos. Algunos médicos gringos pretendían haberlos visto igualmente, dándoles en su lengua el apodo de «microbios», pero ¡qué sabían ellos!...

Palabra del Dia

jediael

Otros Mirando