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En amplio canastillo de flexibles entretejidos juncos, de pie y abrazándose se colocaron los novios; y cuantos allí asistían derramaron sobre sus cabezas puñados de arroz que tomaban de otros canastillos menores. Morsamor asió luego el táli, largo cordón de seda y oro en cuyos extremos resplandecían dos esmeraldas.

Sacaba a la luz sus aparatos, y cada uno de ellos era saludado con grandes risas: una navaja de afeitar del tamaño de un hombre; unas tenazas no menos grandes, que servían para arrancar muelas, todo de madera pintada; una brocha que era una escoba, con la que revolvía el líquido de un tanque, echando puñados de yeso que figuraban ser polvos de jabón.

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En ninguna tertulia se entraba que no se tropezase con alguna señorita dormida mientras un joven indígena, en actitud de espantarle las moscas, le arrojaba puñados de fluido a la cara: todo era mediums y espíritus, y veladores giratorios: algunos honrados vecinos quisieron volverse locos: uno de ellos salió de noche pidiendo confesión a gritos porque había hablado con cierto pariente difunto.

»Perdióse, en fin, la Goleta; perdióse el fuerte, sobre las cuales plazas hubo de soldados turcos, pagados, setenta y cinco mil, y de moros, y alárabes de toda la Africa, más de cuatrocientos mil, acompañado este tan gran número de gente con tantas municiones y pertrechos de guerra, y con tantos gastadores, que con las manos y a puñados de tierra pudieran cubrir la Goleta y el fuerte.

En la puerta, las vendedoras de flores entorpecían el paso de la gente, y alargaban sus manos con puñados de rosas y otras florecillas, gritando: «Un ramito de olor...». «Cuatro cuartos de rosas». Isidora compró rosas para acompañarse de su delicado aroma por todo el camino que pensaba recorrer. Al punto empezó a ver escaparates, solicitada de tanto objeto bonito, rico, suntuoso.

Un hijo del gringo cantor, blanco como cabrito desollado y con pelo de zanahoria, quieren que sea nieto mío... Prefiero á los de Celedonio. Y para mayor protesta, entraba en la vivienda del capataz, repartiendo á la chiquillería puñados de pesos. A los siete años de efectuado su matrimonio, la esposa de Desnoyers sintió que iba á ser madre. Su hermana tenía ya tres hijos.

Otros olivos tenían el corazón roído, vaciado; sostenían simplemente la mitad de su coraza de corteza, como una torre partida por una explosión; pero en lo alto ostentaban su inverosímil cabellera vegetal, unos puñados de hojas plateadas á lo largo de las ramas sinuosas y negras.

Veía que me condenaba a puñados y que me iba al infierno por sólo el sentido del tacto. Si hablaba, solía, porque no me oyesen los demás que estaban en las rejas, juntar tanto con ellas la cabeza, que por dos días siguientes traía los hierros estampados en la frente, y hablaba como sacerdote que dice las palabras de la consagración.