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Actualizado: 20 de junio de 2025
¿Pero dónde estará ese maldito perro? preguntó la Golondrina. Apenas os ha visto salir del carrizal ha desaparecido; parece que le dan asco las escopetas; pero yo juro que me las pagará, sí, me las pagará; volveré al pueblo y le daré pan con alfileres o con fósforos para que reviente. Todo esto lo decía la Golondrina poniéndose puñados de húmeda arena en las heridas que le había hecho Fortuna.
Se depositaban á puñados los billetes de Banco, como si fuesen retazos de papel sin ningún valor; unos por los perros, otros por los hombres, mientras arriba, en las canteras, estallaban los barrenos y el rebaño miserable de los peones se encorvaba, con el pico en alto, ante las rojas trincheras. Las sopas de leche se servían en cubos continuó Aresti.
En los comercios para pobres, que ocupan casi toda la calle de la Ruda, también tenía buenas amistades y relaciones, y con poquísimo dinero, o sin ninguno a veces, tomando al fiado, adquiría huevos chicos, rotos y viejos, puñados de garbanzos o lentejas, azúcar morena de restos de almacén, y diversas porquerías que presentaba a la señora como artículo de mediana clase.
Por coincidencia, y aunque ella no hubiese leído el soneto de Lope, concebía imágenes pastoriles y acaso se figuraba a doña Agustina como a una mayorala o rabadana que llevaba en pos de sí, atado con un cordón, el manso que ella, la zagala Juanita, había cuidado con esmero, dándole de su sal a puñados.
Tengo un gallinero que es un encanto. ¡Si me viera usted por las mañanas rodeada de plumas y cacareos, arrojando el maíz a puñados, teniendo a raya a los gallos que se meten bajo mis faldas y me pican los pies! Me parece mentira que sea yo la misma de otros tiempos, que blandía la lanza e interpretaba, así regularmente, los ensueños de Wagner. Ya verá usted a mi gente.
Y diciendo esto, de un pañuelo que cogido por las cuatro puntas traía, sacó sucesivamente varios pedazos de turrón y algunos puñados de cascajo, castañas, nueces, avellanas y bellotas. Al poner sobre la cómoda la última porción de tan variados bastimentos, lanzó de su pecho un suspiro enorme. «¿Todo eso has traído? preguntó Mariano . ¿Y el pavo? Yo quiero pavo.
Ante el absorto padrino y su hija María de la Luz, que le miraba fijamente con sus ojos de brasa, el muchacho sacaba a puñados las monedas de oro, las libras inglesas, como si fuesen ochavos, y acababa por extraer de las alforjas algún pañuelo vistoso o puntilla complicada, para hacer regalo de ello a la hija del capataz.
La falta de educación es para el pobre una desventaja mayor que la pobreza. Luego la propia miseria les ataca el corazón a muchos y se lo corrompe. A mí me han insultado; me han arrojado puñados de estiércol y tronchos de berza; me han llamado tía bruja...». A Barbarita le daba aquella noche por hablar de arquitectura y no perdía ripio.
Allá abajo se veían las oscuras olas del Pacífico batir las concavidades de la roca, produciendo sonoros truenos, al mismo tiempo que heridas por un rayo de luna, olas y espumas brillaban como chispas de fuego, como puñados de brillantes que arrojase al aire algun genio del abismo. Miró en derredor suyo. Estaba solo.
De vez en cuando se desprendían algunos para ir a entretener la espera en la taberna más cercana. Cuando volvió a salir la comitiva, los pobres se abalanzaron, riñendo y manoteando bajo los puñados de monedas. Para todos había. El maestro Gallardo era rumboso. La señora Angustias lloraba, con la cabeza apoyada en el hombro de una amiga.
Palabra del Dia
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