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Mata al toro por , amor mío le grita una andaluza de tez morena y de dientes de esmalte . ¡Por Cristo! ¡no sonrías así a tu amante!... ¡Huye, José, huye, que el toro se te echa encima!...

Capítulo XXV. Que trata de las estrañas cosas que en Sierra Morena sucedieron al valiente caballero de la Mancha, y de la imitación que hizo a la penitencia de Beltenebros Despidióse del cabrero don Quijote, y, subiendo otra vez sobre Rocinante, mandó a Sancho que le siguiese, el cual lo hizo, con su jumento, de muy mala gana.

Al sonar las doce de la noche, se oyó el rasgueo de una guitarra y en seguida una voz que cantaba: ¡Vale más lo moreno De mi morena, Que toda la blancura De una azucena! ¡Qué tonterías! exclamó Rosa Mística, levantándose de la cama . ¡Qué larga será la cuenta que haya de dar a Dios de tanta palabra vana! La voz prosiguió cantando: Niña, cuando vas a misa, La iglesia se resplandece.

Como nadie la consolaba al dormirse llorando, acababa por buscar consuelo en misma, contándose cuentos llenos de luz y de caricias. Era el caso que ella tenía una mamá que le daba todo lo que quería, que la apretaba contra su pecho y que la dormía cantando cerca de su oído: Sábado, sábado, morena, cayó el pajarillo en trena con grillos y con cadenaaa....

No, era morena repuso el notario; en cuanto al empleo que la atribuye, no tengo datos para asegurarlo, y prefiero atenerme a la inmensa erudición de usted. El profesor de Derecho hizo una cortesía. Lo que nadie podría negar es que la pequeña Judit era encantadora.

Y como él insistía haciendo burla de aquellos trabajos, ella se resignaba diciendo: Bien, lo peor es para ti. A ver con qué vas a vestir a tu hijo cuando nazca. Descuida, chica replicaba él riendo. Tengo bastantes camisas para él y para ... ¡Sobre todo, si le gustan de cuello bajo!... Al cabo de un mes, la acción del aire y del sol había puesto a Cecilia mucho más morena.

Es un sujeto rechoncho, bajo, con barba gris, piel morena, con tonos de café y de ladrillo, siempre vestido de paño fino negro, con lentes de oro pendientes de una cinta de seda, que él, en la calle y en cada esquina, desenreda del cordón de oro del reloj para leer con interés y lentitud los carteles de los teatros.

Como tampoco lo estaba Flora, no pudo tranquilizar su espíritu con esta cita histórica. Quedó, pues, silenciosa y perpleja mientras la atribulada señora se entregaba cada vez más reciamente al llanto. Pero al cabo nació una idea en su frentecita morena, debajo de sus ricitos negros.

Ya la cándida Pupen no era la morena dalaga de gustos sencillos, sino la orgullosa señora que presentía hasta la blancura de su cara ante la brocha del colorete.

Tan asombroso y extravagante era aquel amor, que aun después de advertido no quería creer en él, y no dio parte a nadie, porque a la verdad le parecía ridículo. Fernanda era una morena de facciones incorrectas, nada bonita y poco graciosa.