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Y, porque se vea que digo verdad, esperen y escuchen, que esta ciencia es como la del nadar: que, una vez aprendida, nunca se olvida. Y luego, puesta la mano en las narices, comenzó a rebuznar tan reciamente, que todos los cercanos valles retumbaron.

Hizo una pausa para mondar el pecho, y luego que hubo escupido reciamente, prosiguió: En los lugares públicos hacen acatamiento a la Santo Cruz, claro está; pero, cuando se hallan sin testigo ante alguna ermita o humilladero, le hacen sufrir toda clase de escarnios. Yo mismo he sorprendido en las cercanías de Talavera algo horrible.

Travóse la batalla muy sangrienta para los Turcos, por que los Catalanes más prácticos en herir, y más seguros por las armas de ser ofendidos, hacian grande daño en ellos con muy poco suyo. Junto á los conductos de la ciudad fué donde más reciamente se envistieron.

Al topar con el sacerdote levantó la mano derecha hacia atrás y la lumbre del candil hizo centellear, en el aire, su larga espada desnuda. El Señor de San Vicente meneó de un lado a otro la cabeza, con sonrisa agria, dolorosa. Entonces el segundón acercose al lacayo y pinchole el rostro con el acero. ¡Teneos, en nombre de Cristo! gritó reciamente el canónigo, asiéndole el brazo.

Al cabo de un cuarto de hora de pasear por aquel inmenso y sucio camaranchón, apareció un mozo con el rostro embadurnado también de carbón, empuñando una campana de bronce que hizo sonar con fuerza; y encarándose al propio tiempo con nuestro joven, gritó reciamente: ¡Viajeros al tren! Oye, Perico gritó el expendedor desde la taquilla. ¿Quién te ha mandado dar la señal?

Don Quijote, que le pareció que ya su enemigo venía volando, arrimó reciamente las espuelas a las trasijadas ijadas de Rocinante, y le hizo aguijar de manera, que cuenta la historia que esta sola vez se conoció haber corrido algo, porque todas las demás siempre fueron trotes declarados; y con esta no vista furia llegó donde el de los Espejos estaba hincando a su caballo las espuelas hasta los botones, sin que le pudiese mover un solo dedo del lugar donde había hecho estanco de su carrera.

Escarmentada la plebe, no quiso fiar de nadie, mas que de misma, el triunfo de lo que llamaba su razón, y habiendo convocado el mayor número posible de gente al toque de campana, marchó á la carrera hacia la casa de Niebla, apoderóse de ella, armóse reciamente, sacó una bandera y piezas de artillería y fuese á dar libertad á los presos.

También los nuestros mantenían á su costa gran parte ó la mayor de esta fiesta; porque como echando mano de ellos les registrasen aun los más secretos senos, y hallasen en el lugar de joyas cilicios, cadenillas y disciplinas, montando en cólera por verse burlados, les sacudían reciamente con ellas; otras veces, como queriendo usar con ellos de misericordia por verlos pálidos y consumidos de tantos trabajos, les ofrecían unos grandes vasos llenos de licores suyos propios; y si por modestia ó por otra causa rehusaban llegarlos á los labios, les obligaban á ello con la pistola en la mano.

Allí, oyendo a don Rosendo tocar el punto del matadero, pidió por favor a la plebe que le dejase paso. Una vez en las primeras filas, gritó reciamente: ¡Aquí no se juega trigo limpio! Después, se retiró.

Como tampoco lo estaba Flora, no pudo tranquilizar su espíritu con esta cita histórica. Quedó, pues, silenciosa y perpleja mientras la atribulada señora se entregaba cada vez más reciamente al llanto. Pero al cabo nació una idea en su frentecita morena, debajo de sus ricitos negros.