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Actualizado: 21 de junio de 2025


Pero de improviso un ruido de espadas oyose, tiros de pistoletes retumbaron, y acordose Cervantes del intento de don Baltasar de Peralta que conocía, de asaltar aquella noche con gente armada la casa de doña Guiomar para robarla a ella; y desesperado, como que convencido estaba de que doña Guiomar había muerto, en su desesperación, en su furor, en su desgano de la vida, con el ansia de exterminio en que aquella su desgracia le había puesto, del triste cuerpo de doña Guiomar sacó su espada, y lanzose fuera del aposento, a tiempo que por el oscuro corredor se echaban encima las cuchilladas; que los criados, que a las voces con que Cervantes había pedido socorro despertaron, habíanse encontrado con don Baltasar y con los que con él venían, que por la tapia del huerto del rapista habían entrado; y como aquellos criados hubiesen acudido armados, porque al despertar a las voces de Cervantes habían pensado, como era natural lo pensasen, en un grande peligro, y cada cual, antes de salir a ver lo que aquello fuese, había cogido el arma que había tenido a mano, como eran muchos los criados de doña Guiomar y muy bravos, especialmente aquellos cuatro lacayos vigotudos, que, como se dijo, la resguardaban cuando con el alba iba a la catedral a misa, trabose la más mortífera pelea que puede imaginarse, y por el corredor adelante venían hundiéndole a tajos y a tiros, que no parecía sino que la casa iba a venirse abajo.

Señora dijo Congosto con voz hueca, que antes que risa, como otras veces, me produjo un espanto indefinible . Señora, lord Gray morirá. Aquellas palabras retumbaron en mi cerebro. Miré a D. Pedro y me pareció trasfigurado. Aquel espantajo, recuerdo de los heroicos tiempos, dejó de ser a mis ojos una caricatura desde el momento en que me lo representé como providencial brazo de la justicia.

Di dos o tres aldabonazos, que retumbaron como truenos y fulguraron como relámpagos... ¡Santa Bárbara! me dije, persignándome a modo de vieja gruñona. Y como nadie saliera a recibirme y la puerta estaba abierta, me colé adentro de la casa de Tucker. El rojo fulgor de los relámpagos producidos por los aldabonazos, en medio de una profunda obscuridad, me guiaron hacia la escalera.

En lo alto, cerca de los pináculos de piedra blanquísima, mostrábanse las campanas tras de enormes rejas, como pájaros de bronce en jaulas de hierro. Tres campanadas graves, anunciando que la misa mayor estaba en su momento más solemne, retumbaron en toda la catedral. Tembló la montaña de piedra, transmitiéndose la vibración por naves, galerías y arcadas hasta los profundos cimientos.

Hombres asistían pocos y eran los que celebraban con algazara, los donaires del humorista mayordomo. Se hallaba éste de vena esta noche, sin duda como residuo de la alegría de la tarde y de los vasos de sidra que tenía entre pecho y espalda, cuando de pronto retumbaron en el gran caserón solariego dos fuertes aldabonazos. Todos levantaron con sorpresa la cabeza.

Luego se oyeron infinitos lelilíes, al uso de moros cuando entran en las batallas, sonaron trompetas y clarines, retumbaron tambores, resonaron pífaros, casi todos a un tiempo, tan contino y tan apriesa, que no tuviera sentido el que no quedara sin él al son confuso de tantos intrumentos.

ELOY. Yo dormía y soñaba que acababa de ser nombrado presidente de la Comisión de Presupuestos, cuando unos golpes retumbaron en la puerta; recuerdo que, medio dormido, murmuré: «¡Levántate, Julia...! ¡Es el correoJulia es mi mujer. Los golpes se hicieron más recios; mi compañera fué a abrir con una precipitación que me asombró.

Es absolutamente imposible describir la explosión general de gritos y de aplausos que retumbaron en todo el ámbito de la plaza. Sólo pueden comprenderlo los que acostumbraban presenciar semejantes lances. Al mismo tiempo sonó la música militar.

Y, porque se vea que digo verdad, esperen y escuchen, que esta ciencia es como la del nadar: que, una vez aprendida, nunca se olvida. Y luego, puesta la mano en las narices, comenzó a rebuznar tan reciamente, que todos los cercanos valles retumbaron.

Y sin saber por qué lo hacía, cediendo al instinto, se arrojó al suelo lo mismo que un moribundo. Todavía retumbaron unos cuantos disparos. Luego se hizo el silencio. Únicamente en el vapor inmediato seguía ladrando el perro. Vió una sombra que avanzaba lentamente hacia él. Era un hombre, uno de sus enemigos, destacado del grupo para examinarle de cerca.

Palabra del Dia

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