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Porque cerca está el día de borrar horizontes, la Distancia y el Tiempo, y el espíritu libre de opresores cadenas y ergástulas, ya podrá remontarse en idéntico azul bajo todos los cielos, que serán uno solo para todo el Imperio y los mares, y los pechos unidos en un grito que escuchen las edades remotas harán a Don Quijote, Emperador... ¡Y tu, la hija menor, oh, Filipinas!

No quiero que para él haya ya aurora ni luz, quiero que se agite entre las sábanas como entre envolturas de llamas, que le persiga el fantasma del inocente que ha sacrificado, que mil demonios le taladren sin cesar el corazón... ¡Vea usted lo que dice! gritó Tristán rojo de cólera . Si hago llamar para que escuchen estas palabras dará usted cuenta de ellas ante la justicia.

420 Y enpriéstenmé su atención si ansí me quieren honrar de no, tendré que callar, pues el pájaro cantor jamás se para de cantar en árbol que no da flor. 421 Hay trapitos que golpiar y de aquí no me levanto; si quieren que desembuche: tengo que decirles tanto que les mando que me escuchen.

»Supongo que conocerán ustedes los detalles de ese proceso, que tanto ruido hizo en España y en Italia. Sabrán también que fuimos condenados a muerte; pero, escuchen lo que tal vez ignoran.

De pronto salimos a un gran espacio abierto cuyas dimensiones no pudimos calcular a la débil luz de aquella pobre linterna. Estas cavernas se dilatan millas explicó el monje. Las galerías corren en todas direcciones y van directamente a parar debajo de la ciudad de Lucca y hacia el Arno. Jamás han sido exploradas. ¡Escuchen!

Almorzó bien, recibía cuantos amigos llegaban á verle, y á todos les endilgaba la consabida historia: «Conformidad.... ¡Qué le hemos de hacer!... Está visto: lo mismo da que usted se vuelva santo, que se vuelva usted Judas, para el caso de que le escuchen y le tengan misericordia.... ¡Ah, misericordia!... Lindo anzuelo sin cebo para que se lo traguen los tontos

Y, porque se vea que digo verdad, esperen y escuchen, que esta ciencia es como la del nadar: que, una vez aprendida, nunca se olvida. Y luego, puesta la mano en las narices, comenzó a rebuznar tan reciamente, que todos los cercanos valles retumbaron.

Ya podemos Dejar la cuenta. Bien hacen: Temerosos son del fuego. Escuchen por vida mía, Más: veinte mil y quinientos Y sesenta y tres ducados, Y cuatro reales y medio, Que pagué á postas de cartas. ¡Jesús! Y en correos Que llevaban cada día A España infinitos pliegos.

Dejamos al gran gobernador enojado y mohíno con el labrador pintor y socarrón, el cual, industriado del mayordomo, y el mayordomo del duque, se burlaban de Sancho; pero él se las tenía tiesas a todos, maguera tonto, bronco y rollizo, y dijo a los que con él estaban, y al doctor Pedro Recio, que, como se acabó el secreto de la carta del duque, había vuelto a entrar en la sala: -Ahora verdaderamente que entiendo que los jueces y gobernadores deben de ser, o han de ser, de bronce, para no sentir las importunidades de los negociantes, que a todas horas y a todos tiempos quieren que los escuchen y despachen, atendiendo sólo a su negocio, venga lo que viniere; y si el pobre del juez no los escucha y despacha, o porque no puede o porque no es aquél el tiempo diputado para darles audiencia, luego les maldicen y murmuran, y les roen los huesos, y aun les deslindan los linajes.

Los supersticiosos creen que las jóvenes, que bañan esa noche sus pies en un barreño de agua, y dejan flotar sus cabellos al capricho de los vientos, averiguan por ciertas señales quién ha de ser su esposo. Pedro se ingenia de manera que muchas labradoras, que hacen este experimento, conozcan por ciertas señales á los que miran por amantes y los escuchen con benevolencia.