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Tambien hay en este mar peces espadas, que tienen en el hocico un hueso á modo de cuchillo; peces sierras, que le tienen á modo de sierra, y otros de varios géneros muy grandes. P. Simon Vasconcelos, en la Noticia del Brasil, lib 2, núm. 6, fol. 39, y le describe en la Historia de la Compañia de Jesus, de la misma provincia, lib 3, núm. 65 y siguientes. Del rio llamado Janero.

Quedaba convenido con el mayoral que éste enchiqueraría para él los dos toros escogidos. Los otros espadas no protestarían. Eran muchachos de buena suerte, en plena audacia juvenil, que mataban lo que les ponían delante.

A Luis Diaz 40 ducados por el de La Demanda que pone el demonio al género humano, con 7 figuras. A Alonso Ramírez por una danza de espadas con 18 figuras. A Lorenzo Núñez por la danza llamada de «La Montería" con 10 figuras. A Melchor de San Miguel por otra de los galanes, ninfas y un toro. A Diego Hernández morisco, 22 ducados por otra con 8 figuras y una ermita.

Detrás de la cadena del Jura, los rayos de oro que hendían las nubes aglomeradas sobre las cumbres, semejaban un inmenso trofeo de espadas.

Los ángeles con vestidos blancos, y los demonios llenos de oro y plata y soberbiamente ataviados, pelearon unos con otros; se daban tajos y reveses y saltaban las espadas, y movían un ruído infernal, como si temblasen el cielo y la tierra. Al fin vino Judas y se ahorcó de una ventana, y cayó un rayo y lo consumió de manera, que desapareció para siempre de nuestra vista

En el mismo instante se presentan también sus amos disputando vivamente, sacan las espadas, y Don Luis mata á Don Juan, huyendo en seguida de la posada para escapar de la justicia.

En hacer espadas de palo, cortar tablas, correr al marro, saltar al paso, trepar por rejas y encaramarse a tapias, no hallaba Millán competidor: para lograr premios, disculpar travesuras y evitar regaños, tenía Pepe especial ingenio.

La presencia de don Marcos con una espada en cada mano turbó sus reflexiones y paseos, dejándolos inmóviles. El coronel miró al cielo, luego dió varios pasos en distintas direcciones, para evitar que uno de los contendientes quedase colocado frente al sol. Finalmente clavó en tierra con fiereza una de sus espadas.

Frente á frente el Alcalde y la tropa, mediaron algunas palabras sobre el paso por la calle, y las que, por el tono y alcance con que se dijeron, dieron motivo á que, sin más ni más, los alguaciles y los soldados se acometieran, aquéllos con espadas y pistolas y éstos con las alabardas, trabándose allí mismo singular combate.

La lección continúa; al cabo de una hora, el vizconde casi sabe ponerse en guardia con la espada; el maestro le garantiza que no hará mal papel, le aconseja que se acueste temprano y que duerma y le vende un par de espadas de combate con la cazoleta reglamentaria.