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Actualizado: 30 de junio de 2025
Eran los Reyes Magos los que poseían el privilegio de deshacer estos conjuros perversos. Necesitaba purificar su «villa», fumigar todas las habitaciones donde hubiese entrado «la Generala», quemando en una cazoleta oro, incienso y mirra, los tres presentes de los monarcas viajeros. Oro no lo había: estaba oculto con motivo de la guerra; pero, según la marquesa-bruja, era lo mismo quemar trigo.
La disposición del fogón era entonces próxima al plano de la culata, terminando arriba en una pequeña cazoleta de 18 mm. de amplitud. Cortado el sombrerete venía á tener esta pieza 1m,430 de longitud. Se empleaban las piezas de servidor al aire libre porque teniendo dos y tres que se cargaban independientemente, era el tiro más rápido; las de culata cerrada se preferían en baterías bajo cubierta.
Era un sitio de contemplación y de plegaria. Los cantos formaban en torno alto y rojizo parapeto, por encima del cual la vista dominaba el paisaje del valle y las sierras. La cazoleta enviaba al cielo la ofrenda esbelta y continua de algún precioso perfume.
En la cazoleta o taza cabía holgadamente un azumbre, y sus gavilanes nielados de oro, lo mismo que el arriaz, daban aspecto artístico y lujoso a la empuñadura. Tenía en las dos fachadas del puño el escudo de los Rumblares, y en el pomo una cabeza con la empresa del armero toledado Sebastián Hernández.
Su entristecido arqueo de cejas le prestaba vaga semejanza con los retratos de Quevedo; su pescuezo, flaco, pedía a voces la golilla, y en vez de la vara que tenía en la mano, la imaginación le otorgaba una espada de cazoleta.
La lección continúa; al cabo de una hora, el vizconde casi sabe ponerse en guardia con la espada; el maestro le garantiza que no hará mal papel, le aconseja que se acueste temprano y que duerma y le vende un par de espadas de combate con la cazoleta reglamentaria.
Eso lo verémos, picaruelo, dixo el jesuita baron de Tunder-ten-tronck, alargándole con la hoja de la espada un cintarazo en los hocicos. Candido desenvayna la suya, y se la mete en la barriga hasta la cazoleta al baron jesuita; pero, al sacarla humeando en sangre, echó á llorar. ¡Ay, Dios mio, dixo, que he quitado la vida á mi amo antiguo, á mi amigo y mi cuñado!
Este era un escribiente muy conocido en Legaspi, y su traje consistía en zapato bajo de charol, pantalón negro con ancha franja dorada, casaca azul con vueltas rojas en faldones y solapas y kepis con insignias de coronel, completando su atavío relucientes espolines, ancha espada de cazoleta, tricolor banda de seda, descomunales condecoraciones de papel dorado, amplios guantes de algodón y grueso palasán con puño de plata.
Palabra del Dia
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