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»Esta idea me hirió como un rayo: sentí la sacudida en el pecho, y una oleada de lágrimas inundó mis ojos: ¡el primer beneficio que me otorgaba el duelo implacable de aquel día! Porque no oyera Luz mis sollozos, intenté cerrar la puerta; pero notó su débil rechinar y volvió la cara. Por si me había visto, me resolví a entrar, dispuesta a todo. De cualquier manera, yo no podía vivir así.

Don Álvaro se vio en un apuro. ¿Qué pretendía aquella señora? ¿Provocar una conversación para aludir a lo que había entre ellos, que en rigor no era nada que mereciese comentarios? ¿Debía él extrañar aquella inadvertencia de Ana? ¡Que no se fijaba en ella! ¿Era coquetería vulgar o algo más alambicado que él no se explicaba? ¿Quería dar por nulo todo lo que ambos sabían, las citas, sin citarse, en tal iglesia, en el teatro, en el paseo? ¿Quería negar valor a las miradas fijas, intensas, que a veces le otorgaba como favor celestial que no debe prodigarse?

Yo misma hubiera puesto gustosa el puñal en su mano; pero, le conozco, ¡infeliz! hubiera llorado como un niño; yo le hubiera muerto de pena, en vez de recibir el merecido castigo; él, con mansedumbre evangélica, me hubiera perdonado, y mi duro pecho y mi diabólico orgullo, lejos de agradecer el perdón, hubieran despreciado más aún al hombre que me le otorgaba.

En un pueblo de Castilla llamado Animalejos, erigieron los labradores una ermita á San Isidro, á poco tiempo de ser canonizado el santo labrador matritense, y aquel santuario fué adquiriendo gran fama en toda la comarca, por los favores que otorgaba el Santo á los que los pedían con verdadera fe.

Franca y recta nuestra vizcondesa, otorgaba generosa y tal vez excesiva confianza a los nobles y leales procederes; así, pues, dado este sentir, consideradas estas circunstancias, parecióle imposible que ningún expediente cualquiera pudiese dar el laudable resultado que perseguía.

Sin embargo, la inmersión en el agua del mar, era un recurso que podía llamarse de casos extremados, porque dice así un verso de esta novena: "Si acaso no conseguían las aguas porque os rogaban, al mar, Oh Niño, os llevaban, y en las aguas os metían: y así el agua que pedían, otorgaba vuestro amor."

El ventero, que vio a su huésped a sus pies y oyó semejantes razones, estaba confuso mirándole, sin saber qué hacerse ni decirle, y porfiaba con él que se levantase, y jamás quiso, hasta que le hubo de decir que él le otorgaba el don que le pedía.

Se os contestaba con una desdeñosa sonrisa. ¿Pronunciabais la palabra religion? El desden aumentaba, se convertia en desprecio. ¿Recordabais la dignidad humana? , se os otorgaba esta dignidad, con tal que os consideraseis como una graduacion mas perfecta, mas de distinta naturaleza, de los demás animales.

Este entró y salió aquel día muchas veces. En fin: que había cuchicheos misteriosos en la casa que nada bueno auguraban. No participé de sus temores. Gracias a esta solemne promesa se tranquilizó, y pudimos gozar de las dos horas que la generosidad de doña Tula nos otorgaba. En la mañana del otro día hice un ensayo general de la lectura poética.

Su entristecido arqueo de cejas le prestaba vaga semejanza con los retratos de Quevedo; su pescuezo, flaco, pedía a voces la golilla, y en vez de la vara que tenía en la mano, la imaginación le otorgaba una espada de cazoleta.