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Después de los cumplimientos de costumbre, sentados doña Luz y su hasta entonces desconocido huésped en cómodas butacas, habló éste, con reposo y como quien tiene mucho que decir, de la manera siguiente: Ya sabe usía que me llamo Gregorio Salinas. Ahora soy escribano y no estoy mal de bienes de fortuna.

-Y, dígame vuestra merced, señor don Álvaro, ¿parezco yo en algo a ese tal don Quijote que vuestra merced dice? -No, por cierto -respondió el huésped-: en ninguna manera. -Y ese don Quijote -dijo el nuestro-, ¿traía consigo a un escudero llamado Sancho Panza? - traía -respondió don Álvaro-; y, aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le decir gracia que la tuviese.

»Siguieron al huésped todos, de la suerte que cada uno estaba, y entrando en el aposento del tal poeta le hallaron tendido en el suelo, despedazada la media sotana, revolcado en papeles y echando espumarajos por la boca, y pronunciando con mucho desmayo ¡fuego! ¡fuego! que casi no podía echar la habla, porque se le había metido monja.

Cuando entró Romagné en el período de franca convalecencia, su huésped y salvador, que tantas veces le había trozado el pan y partido los biftecs, le dijo: A partir de este momento, comeremos siempre juntos. Sin embargo, si prefieres comer en la cocina, también serás allí perfectamente alimentado, y es posible, tal vez, que te encuentres más a gusto.

Alegre y vivaracha acompañaba a su huésped a través de los jardines, enseñándole sus colecciones de flores de todas clases, explicándole cómo había secado las tierras y canalizado las aguas del río que ahora serpenteaba entre orillas plantadas de iris y de cañaverales. El escuchaba encantado su graciosa charla y admiraba su espíritu a la vez práctico y lleno de imaginación.

Yo le pasaré un tanto al mes a mi hermana para que el huésped no sea una carga pesada... Me parece muy bien pensado; pero muy bien pensado. Estás como las gatas paridas, escondiendo las crías hoy aquí, mañana allá. ¿Y qué remedio hay?... Porque lo que es al Hospicio no va. Eso que no lo piensen... ¡Qué cosas se le ocurren a mi marido!

Tenía el ventero por mujer a una, no de la condición que suelen tener las de semejante trato, porque naturalmente era caritativa y se dolía de las calamidades de sus prójimos; y así, acudió luego a curar a don Quijote y hizo que una hija suya, doncella, muchacha y de muy buen parecer, la ayudase a curar a su huésped.

Vuesa merced, señor amo, me la haga de tomar este dinero y acudir a este negocio; y en tanto que esto se gasta, yo escribiré a mi señor lo que pasa, y que me enviará dineros que basten a sacarnos de cualquier peligro. Abrió los ojos de un palmo el huésped, alegre de ver que en parte iba saneando la pérdida de su asno.

«Me huele a guisote de azúcar. ¿Qué es esto? La niña me ha dicho que vio esta mañana un gran paquete traído de la tienda... ¿Por qué no se me ha dado cuenta de esto?...». Rosalía contestaba torpemente que aquel día comería en la casa el Sr. de Pez y que este huésped no debía ser tratado como Candidita, a quien se le daba de postre medio bollo y dos higos pasados.

A las tres y media, de la estación Paddington. ¿Será cómodo para usted? Vendrá conmigo y será mi huésped. Y se rió picarescamente al ver cómo se rompían las conveniencias, y no se tenía en cuenta el probable disgusto que le causaría a la señora Percival.