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Al cabo de un mes, las hojas de publicidad estaban llenas del relato de un caso extraordinario: el Príncipe Alejo Petrovich Zakunine, el nihilista feroz, el revolucionario implacable de quien nadie había tenido noticias durante tanto tiempo, había vuelto a Rusia, a Odesa, por la vía marítima: a bordo del vapor se había descubierto a los agentes de la policía para que le entregaran a la justicia.

Andrés era implacable al narrar las penalidades de sus héroes. Describíalas con todos los pormenores de que era capaz y no se cansaba nunca de amontonar sobre ellos desdichas. Quizá le estimulase el gusto de ver a Rosa enternecida.

Por el contrario, la humanidad ha ganado inmensamente desde que empezó a convalecer del miedo al infierno que la hizo tan miserable, tan cruel, tan dura y tan implacable en el pasado.

El viejo habíase sentado en una silla baja, apoyando su espalda en el lecho, y con la cabeza inclinada parecía sumido en dolorosa reflexión. Doña Manuela, lloriqueando, fijaba sus ojos con expresión interrogante en el implacable hermano, como si le pidiera misericordia.

De ellos se nos sirvieron á los tres hombres á capón por barba, y se repartió el cuarto entre las tres mujeres. Y lo de menos hubiera sido para semejante alarde de prodigalidad, y hasta el acostumbrarme á ver sin admiración cómo mi tío y el predicador engullían cuanto les ponían por delante; pero lo terrible fué que me obligó á hacer lo mismo que ellos la implacable oficiosidad de mi cara tía.

Entraba en el Café Inglés, donde se reunen los partidarios de los toreros andaluces, y con su presencia evitaba que el implacable comentario siguiera cebándose en su nombre. El mismo, sonriente y modesto, iniciaba la conversación, con una humildad que desarmaba a los más intransigentes.

Sintió Delaberge tan claramente la implacable lógica que encerraba esta última súplica, que bajó humildemente la cabeza y salió de la habitación sin decir una sola palabra.

En realidad, este hombre, de una energía puramente física, no había podido resistir a las ansiedades que le habían torturado en silencio desde algunos días atrás. Su moral se hallaba afectada por el asombro que le causaba aquel odio sombrío, aquella venganza premeditada, sabia, implacable, con que era perseguido.

El 16 de septiembre lo condujo al hotel de la implacable Honorina y le probó, preguntándolo al conserje, que había partido con le Tas para las islas Jónicas. El duque pareció emocionarse menos de lo que se hubiera creído.

A no se me toma dijo con frialdad; me entrego, si es que quiero. Y en el gesto de desprecio y rabia con que despedía a Rafael, parecía marcarse el recuerdo odioso de Boldini, aquel viejo repugnante, el único en el mundo que la había tomado por la fuerza. Rafael quiso excusarse, pedir perdón, pero aquel recuerdo de la adolescencia evocado por la escena brutal, la hacía implacable.