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El ingeniero se contuvo cuando iba á contestar. Presintió que tal vez corría el peligro de crearse un enemigo implacable, y dijo evasivamente: Lo he conocido en su aspecto. La sabia quedó reflexionando para comprender el verdadero sentido de tal respuesta. ¡Ah, si! dijo al fin con cierta sequedad . Lo ha conocido usted, sin duda, en mis abundancias corporales.

Del lento y triste sonido cada toque, cada nota en el vago viento flota como doliente gemido, y de la noche en la calma el melancólico són, siente estremecida el alma cual solemne admonición. ¡Se desprenden esos dobles lúgubres y funerarios de los altos campanarios en fúnebre vibración; en esos dobles alienta algún espíritu irónico que a cada nota que zumba, con agrio gesto sardónico rueda implacable y derrumba y oprime con todo el peso de la piedra de una tumba el humano corazón! ¡Quienes tañen las campanas de los toques funerales no son pobres campaneros, no son sencillos mortales, son espectros sepulcrales! ¡Y es el Rey de los espectros quien toca con más tesón!

Todos los que viven del arte son egoístas, con egoísmo implacable y feroz. Yo mismo, viendo pasar un entierro, me he olvidado del muerto para pensar: «Ese que va ahí me conocía tal vez...» Y, como Sara, he comprendido que la desaparición de aquella vida mermaba un poco mi pequeña popularidad.

Al mismo tiempo sintió Juana que el brazo de Monthélin rodeaba su cintura. Despertose como de un sueño, levantose y rechazándole violentamente exclamó: ¡Ah, mi pobre señor! Si supieseis qué mal momento habéis elegido. No había como equivocarse sobre el acento de su voz y la expresión de su semblante, el sentimiento que la animaba era claramente el del desdén más frío e implacable.

Hasta mi madre prefiere quedarse al lado de su hermana, diciendo que los alemanes son muy buenos, muy civilizados y nada puede temerse de ellos cuando triunfen. Al doctor parecía molestarle esta buena opinión. No se dan cuenta de lo que es la guerra moderna, ignoran que nuestros generales han estudiado el arte de reducir al enemigo rápidamente y que lo emplearán con un método implacable.

Y ya que ha llegado el caso de hablar del modo y arbitrios que pueden presentarse para el logro de que estos naturales, abdicando de aquella ferocidad que les acompaña, y aquel odio y rencor implacable que han concebido contra la nacion española, no dejara el Fiscal de apuntar uno que le ocurre, y le parece concerniente y oportuno.

Alguna vez tuvo que acusar, mal de su grado, a un sacerdote indigno, de delitos contra la honestidad; y si bien en el fondo procuró estar fuerte, terrible, implacable, no hubo modo de que su lengua usase epítetos duros, ni siquiera enérgicos ni aun pintorescos, llegando en el mayor calor del ataque a llamar a su contrario «el mal aconsejado presbítero, si se le permitía calificarle así». «Mal aconsejado decía después D. Diego explicando el adjetivo ; esto es, que yo supongo que el presbítero no hubiese caído en tales liviandades a no ser por consejo de alguien, del diablo probablemente». Tenía el abogado Valcárcel que luchar en sus discursos forenses con el lenguaje ramplón y sobrado confianzudo que se usaba en su tierra, y que aun en estrados pretendía imponérsele; mas él, triunfante, sabía encontrar equivalentes cultos de los términos más vulgares y chabacanos; y así, en una ocasión, teniendo que hablar de los pies de un hórreo o de una panera, que en el país se llaman pegollos, antes de manchar sus labios con semejante palabrota, prefirió decir «los sustentáculos del artefacto, señor excelentísimo». A estas cualidades, que le habían conquistado las simpatías y el respeto de toda la magistratura, unía el don no despreciable de una felicísima memoria para recordar fechas con exactitud infalible, y así, había más números en su mollera que en una tabla de logaritmos.

Pero Amalia, implacable, le puso poco después en un conflicto preguntándole en voz alta con sonrisa maliciosa: ¿Quién le ha dado a usted ese clavel tan lindo, Fernanda? No, yo no se apresuró a responder ésta. Y el conde, otra vez turbado y rojo, volvió en voz alta a la explicación que acababa de dar en secreto.

Era que por aquella región de su mente se extendía el recuerdo de los candelabros empeñados y del forzoso compromiso de redimirlos antes que Bringas recobrase la vista y, con ella, el mirar vigilante, la observación entrometida, la curiosidad implacable, policiaca, ratonil.

¡Oh! ¡cuán cruel fué la ola que, cogiéndola en su espalda, en la dentellada falda de la roca, sin piedad, la arrojó, que mejor fuera que implacable la matára, porque infeliz no llorára su desolada orfandad!