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Actualizado: 28 de mayo de 2025
No es la Tabla de Logaritmos, ni el Fuero Juzgo, ni las Ordenanzas de Aduanas. Juicio, mucho juicio, Sr. Miquis. El juicio está claro, señorita. Yo sé lo que me digo. Oye bien. Por mi padre, que es lo que más quiero, juro que me caso contigo. ¡Huy, qué prisa!... Está dicho. ¡Mira éste! Un Miquis no vuelve atrás; un re non mente; la palabra de un Miquis es sagrada. ¡Bah, bah!
Viniendo del padre de su amada, sería capaz de escuchar con atención la lectura de la tabla de logaritmos. D. Julián se caló las gafas y se puso a leer, con una voz blanca de gola que tenía reservada para estas ocasiones, cierto capítulo en que se describían los sufrimientos de un niño perdido en las calles de París. Al instante comenzaron a arrasársele los ojos y a alterársele la voz.
Al sentarse á la mesa se rodeaban de libros y papeles: estadísticas de los números más favorecidos en los últimos años, manuales del perfecto jugador, cálculos propios, logaritmos que ellos solos podían entender.
Todos los matemáticos sabian las propiedades de las progresiones aritméticas y geométricas; que el exponente de 1 era 0, que el de 10 era 1, que el de 1000 era 2, y así sucesivamente, y que el de los números medios entre 1 y 10 era un quebrado; pero nadie veia que con esto se pudiese tener un instrumento de tantos y tan ventajosos usos como son las tablas de los logaritmos.
Alguna vez tuvo que acusar, mal de su grado, a un sacerdote indigno, de delitos contra la honestidad; y si bien en el fondo procuró estar fuerte, terrible, implacable, no hubo modo de que su lengua usase epítetos duros, ni siquiera enérgicos ni aun pintorescos, llegando en el mayor calor del ataque a llamar a su contrario «el mal aconsejado presbítero, si se le permitía calificarle así». «Mal aconsejado decía después D. Diego explicando el adjetivo ; esto es, que yo supongo que el presbítero no hubiese caído en tales liviandades a no ser por consejo de alguien, del diablo probablemente». Tenía el abogado Valcárcel que luchar en sus discursos forenses con el lenguaje ramplón y sobrado confianzudo que se usaba en su tierra, y que aun en estrados pretendía imponérsele; mas él, triunfante, sabía encontrar equivalentes cultos de los términos más vulgares y chabacanos; y así, en una ocasión, teniendo que hablar de los pies de un hórreo o de una panera, que en el país se llaman pegollos, antes de manchar sus labios con semejante palabrota, prefirió decir «los sustentáculos del artefacto, señor excelentísimo». A estas cualidades, que le habían conquistado las simpatías y el respeto de toda la magistratura, unía el don no despreciable de una felicísima memoria para recordar fechas con exactitud infalible, y así, había más números en su mollera que en una tabla de logaritmos.
Los libros que llenaban el camarote del capitán le hacían recordar sus angustias al examinarse en Cartagena para adquirir el título de piloto. Los graves señores del tribunal le habían visto palidecer y balbucear como un niño ante los logaritmos y las fórmulas trigonométricas.
La aritmética ha hecho un grande adelanto disminuyendo el número de sus operaciones fundamentales por medio de los logaritmos: reduciendo á sumar y restar las de multiplicar y dividir. El álgebra no es mas que la generalizacion de las expresiones y operaciones aritméticas: su simplificacion.
Palabra del Dia
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