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El alcalde, el alguacil, los serenos cayeron sobre él, poniéndole al pecho los chuzos, el estoque y el sable. Y a un tiempo gritaron todos: ¡Date, ladrón! El criminal levantó hacia ellos su faz despavorida, más pálida que la cera. ¡Ay, re... si es don Jaime, así me salve Dios! exclamó un sereno bajando el chuzo. Todos los demás hicieron lo mismo, mudos de sorpresa.

Sabe bailar la zarabanda y chacona mejor que su inventora misma; bébese una azumbre de vino sin dejar gota; entona un sol fa mi re tan bien como un sacristán; todas estas cosas, y otras muchas que me quedan por decir, las irán viendo vuesas mercedes en los días que estuviere aquí la compañía; y por ahora otro salto nuestro sabio, y luego entraremos en lo grueso.

No... Quiero verlo yo mismo. El tío Frasquito brincó otra vez emocionado, viendo ya a Malek-Adhel fundando, como Rancés, una Trapa, o un hospital como don Miguel de Mañara... ¡Todo, todo iba saliendo lo mismo, igual, idéntico que en la Favorita!... Fernando, la bella del Re, fray Baltasar... Faltaba tan sólo el convento, y ansioso él de poner la primera piedra, se apresuró a decir: Pues te llevarrré cuando quierrras.

Para lo que yo hago en este mundo... no ... valdría más... ¡Ay, qué desgraciada soy! ¡Re...! ¡Bendita sea tu alma! Lo primerito que le pido al Señor, lo juro por estas cruces, es que te mueras. Las dos se echaron a llorar. En tanto doña Lupe sostenía una gallarda disputa con Severiana. «Ya lo he dicho y no hay más que hablar.

Un poco asustada, la nena besó también a su madre, sin efusión de cariño, y como besan a cualquier persona los chicos obedientes, cuando se lo manda la maestra. «¡Ay, qué mala he sido! exclamó la enferma, también sin efusión, como quien cumple un trámite... . Niña de mi alma, bien haces en querer a la señorita más que a , porque yo he sido más mala que arrancada, ¡re...!». Atravesósele el vocablo, y ella hizo como que escupía algo.

No has visto otra. ¡Mia que traerme aquí y cuidarme como me cuida!, ¡re...! No cómo hablar... ¡Mia que esto que hace conmigo!... Es prima hermana del Nazareno; no hay quien me lo quite de la cabeza... Figúrate lo que suponemos nosotras al compás de ella... ¡nosotras que hemos sido unos peines...! Es que ni arrepentidas valemos para descalzarle el zapato.

Mírame a , que no hago más que lo que me manda el Padre Nones, y he perdonado a la Pepa, a la Matilde, que me quiso envenenar, y a doña Malvina la protestanta y a todo el género mundano... ¡re...! Párate boca que ya ibas a soltarlo... Pues , perdonar; créetelo porque yo te lo digo. ¿Ves qué tranquila estoy?

Le entró una risa convulsiva cuando puso su mano sobre el ara sagrada... «¿Quién me había de decir?... ¡oh, mi re Dios de mi alma que yo... ji ji ji!...». Apartó el Crucifijo que está delante de la puerta del sagrario, alargó luego el brazo; pero como no alcanzaba, alargábalo más y más, hasta que llegó a dolerle mucho de tantos estirones... Por fin, gracias a Dios, pudo abrir la puerta que sólo tocan las manos ungidas del sacerdote.

El desengaño sería cruel para don Paco; pero don Andrés se disculpaba la crueldad recordando aquello de «quien bien re quiere te hará llorar» y lo otro de «la letra con sangre entra». Al prestar estos dos servicios no se le ocultaba a don Andrés lo mucho que él se exponía.

Pronto se vieron lágrimas resbalando sobre el betún, llanto que al punto se volvía negro. «Te voy a matar, grandísimo pillo, ladrón...». Estos son los condenados charoles que usa la señá Nicanora. Pero, ¡re Dios!, señá Nicanora, ¿para qué deja usté que las criaturas...?». Una de las mujeres que más alborotaban se aplacó al ver a las dos damas.