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El sabio orientalista Dozy demuestra que la inventora de la alboronía, o quien le dio su nombre, fue nada menos que la Sultana Boran, hermosa, distinguida y comm'il faut entre todas las Princesas del Oriente. Tal vez el creador de la alboronía dedicó su invención a esta Sultana, como hacen hoy los más famosos cocineros, dedicando sus guisos y señalándolos con el nombre de algún ilustre personaje.

Nos zampamos en un santiamén Marcial y yo las sobras, y seguimos el viaje, ellos a caballo, marchando al estribo, y nosotros como antes, en nuestra derrengada calesa. La comida y los frecuentes tragos con que la roció excitaron más aún la vena inventora del viejo Malespina, quien por todo el camino siguió espetándonos sus grandes paparruchas.

Intentaba vencer la resistencia de Ojeda con los recuerdos de aquella capital, en la que había transcurrido lo mejor de su vida. Ella no conocía París. Su padre se había negado siempre a llevar su familia a esta ciudad. Se enfurecía el señor Kasper, como un profeta bíblico, al hablar de la moderna Babilonia, urbe corrompida, inventora de malas costumbres... ¡Ay, Berlín!

La Naturaleza así hostigada es terriblemente inventora; por lo tanto, no debe sorprendernos si aquellos pobres encarcelados, ahogándose bajo el techo de su casita han hallado mil aparejos, mil géneros de válvulas que les alivian un tanto.

Haveis de consentir que esta embaidora, Hipocrita gentalla se me atreva, De tantas necedades inventora? Haced famosa y memorable prueba De vuestro gran valor en este hecho, Que á su castigo y vuestra gloria os lleva. De justa indignacion armad el pecho, Acometed intrepidos la turba, Ociosa, vagamunda, y sin provecho.

Fuera de estos momentos, encontraba al pueblo estúpido, maloliente y peligroso. La fiesta patriótica de los rayos negros sólo había sido notable un año, según su opinión. Fué el año en que el gobierno le encargó un poema heroico en honor de la inventora de los rayos libertadores, coronándolo después de su lectura y dándole el título de poeta nacional.

Únicamente las personas de distinción continuaban en sus casas ó se reunían en aristocráticas tertulias, para no mezclarse con la gente popular. El resto del vecindario acudía á la peregrinación patriótica, y hasta los hombres se agregaban á la fiesta, sin acordarse de que la inventora de los rayos negros había sido su peor enemigo.

Sabe bailar la zarabanda y chacona mejor que su inventora misma; bébese una azumbre de vino sin dejar gota; entona un sol fa mi re tan bien como un sacristán; todas estas cosas, y otras muchas que me quedan por decir, las irán viendo vuesas mercedes en los días que estuviere aquí la compañía; y por ahora otro salto nuestro sabio, y luego entraremos en lo grueso.