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Aquí terminó Malespina, el cual fue oído con viva atención durante el relato de lo que había presenciado.

Pero pasaron meses y más meses; el herido curó, y como Malespina fuese también persona bien nacida y rica, se notaron en la atmósfera política de la casa barruntos de que el joven D. Rafael iba a entrar en ella. Renunciaron al enlace los padres del herido, y en cambio el del vencedor se presentó en casa a pedir para su hijo la mano de mi querida amita.

Hallábame ocupado en poner a D. Alonso una venda en el brazo, cuando sentí que apoyaban una mano en mi hombro; me volví y encaré con un joven alto, embozado en luengo capote azul, y al pronto, como suele suceder, no le reconocí; mas contemplándole con atención por espacio de algunos segundos, lancé una exclamación de asombro: era el joven D. Rafael Malespina, novio de mi amita.

, esta tarde iremos afirmó detenidamente la Marquesa . Es preciso que salga, porque sin ella no podemos volver a Madrid. ¡Oh!, picarón..., ya sabemos el secreto dijo Malespina, dirigiéndose con maliciosa expresión al Marqués . Ayer me hablaron del caso en varias tertulias... Ya sabía yo que había usted sido un terrible seductor... ¿Pero ahora salimos con eso?

Ya sabe usted que viraba mal, y que todas las maniobras se hacían en él muy difícilmente. Veo que usted se asusta por poca cosa, caballerito prosiguió Malespina . ¿Qué son 100 varas? Aún podrían construirse barcos mucho mayores. Y he de advertir a ustedes que yo los construiría de hierro. ¡De hierro! exclamaron los dos oyentes sin poder contener la risa.

Mientras cenaron, endilgó Malespina nuevas mentiras, y pude observar que su hijo las oía con pena, como abochornado de tener por padre el más grande embustero que crió la tierra.

Cumplía mi encargo, y ella me daba otra para llevarla a él. ¡Cuántas veces sentía tentaciones de quemar aquellas cartas, no llevándolas a su destino! Pero por mi suerte, tuve serenidad para dominar tan feo propósito. No necesito decir que yo odiaba a Malespina.

Pues le decía que si la Junta de Sevilla me comisionara para entrar en negociaciones con los franceses, tal vez lograría poner fin a esta desastrosa guerra. ¿Qué negociaciones ni qué ocho cuartos? dijo con desprecio Malespina . ¡Oh! ¡Si la Junta de Sevilla siguiera el plan que imaginé estos días. Mientras no demos a la artillería el lugar que le corresponde no es posible alcanzar ventaja alguna.

Casi de los primeros que a ellas bajaron fueron D. José María Malespina y su hijo. Mi primer impulso fue ir tras ellos siguiendo las órdenes de mi amo; pero la imagen del marinero herido y abandonado me contuvo. Malespina no necesitaba de , mientras que Marcial, casi considerado como muerto, estrechaba con su helada mano la mía, diciéndome: «Gabriel, no me abandones».

Con los primeros hacía yo mejores migas que con los segundos, y asistía a todas las conferencias de Marcial. Si no temiera cansar al lector, le referiría la explicación que éste dio de las causas diplomáticas y políticas de la guerra, parafraseando del modo más cómico posible lo que había oído algunas noches antes de boca de Malespina en casa de mis amos.