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Actualizado: 10 de septiembre de 2024
Sin los retoques y aparatosos arreos con que se presentaba en público; envuelto el cuerpo en holgada bata de cachemira; cubierta la amplísima calva con un gorro griego; descuidados los blancos mechones de pelo lacio que sobresalían por debajo del gorro y por encima de las orejas; sin afeitar todavía, y mal tapadas las arrugas del pescuezo por el cuello escotado de su camisa de dormir, ¡cuán diferente era aquel marqués del marqués del salón de Conferencias del Congreso, y de sus propios salones de recibir, y de todos los salones de la aristocrática comunión a que pertenecía!
Pero el abate no quiere oír hablar de conferencias a bordo; se niega a desembalar su mercancía gratuitamente antes de la llegada al mercado. Se reserva para un teatro de Buenos Aires.
Deseo que tanto las conferencias que celebren ustedes con motivo de este lance, como el lance mismo, se realicen en Nieva... Porque añadió con acento, mitad sarcástico, mitad enternecido, por más que a ustedes les parezca raro, todavía hay en esta casa personas que me aman. Los padrinos prometieron complacerle, y se retiraron dando la vuelta a Nieva.
Esta fue la última obra del primer período de mi vida literaria. Apenas publicada me marché a dar conferencias en la República Argentina y Chile. El conferencista se convirtió sin saber cómo en colonizador del desierto, en jinete de la llanura patagónica.
Después de todo dijo, una entrevista no compromete a nada... Como soy absolutamente de su parecer, empiezo a recobrar la libre posesión de mí misma, que me faltaba esta mañana. Está convenido que el señor Desmaroy, así se llama el pretendiente, vendrá el sábado próximo. Después de mil conferencias y reflexiones, la abuela se ha decidido por una simple entrevista en casa.
El Magistral deja de mirar a las estrellas, acerca un poco su mecedora a la Regenta y prosigue: Anita, aunque en el confesonario yo me atrevo a hablar a usted como un médico del alma, no sólo como sacerdote que ata y desata, por razones muy serias, que ya conoce usted; a pesar de que allí he llegado a conocer bastante aproximadamente a la realidad, lo que pasa por usted... sin embargo, creo... le temblaba la voz; temía arriesgar demasiado creo... que la eficacia de nuestras conferencias sería mayor, si algunas veces habláramos de nuestras cosas fuera de la Iglesia.
Por lo demás, la cigüeña tenía el instinto de no aburrir, y siempre terminaba las conferencias pronto y de un modo brusco, lanzándose repentinamente en el aire, trazando graciosas espirales en su sereno vuelo y al cabo perdiéndose de vista. Pasó la primavera, pasó el verano, vino luego el otoño, como sucede siempre, y empezó por último a aparecer el invierno.
Y como las cerezas, salían enganchados por el parentesco casi todos los vetustenses. Esta conversación terminaba siempre con una frase: Si se va a mirar, aquí todos somos algo parientes. La meteorología tampoco faltaba nunca en los tópicos de las conferencias. El viento que soplaba tenía siempre muy preocupados a los socios beneméritos.
Dicen además los señores sacerdotes y los caballeros de las Conferencias que me alimento poco, que debía atender más al cuerpo... Eso no; santos famosos hubo que comían menos que un pájaro, y yo, señor, hay días en que no ayuno y gasto un real o más en mi manutención.
Era el apasionamiento más reciente de don Pablo, su último entusiasmo; un padre jesuita del que se hacía lenguas, por el acierto con que trataba en sus conferencias para hombres solos la llamada cuestión social, un embrollo para los impíos, que no atinaban con la solución y que el sacerdote resolvía en un periquete valiéndose de la caridad cristiana.
Palabra del Dia
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