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Si Juan Pablo salía por la tremenda, quizás era mejor, porque así no estaba Maximiliano en el caso de guardarle consideraciones; pero si se ponía en un pie de astucias diplomáticas, fingiendo ceder para resistir con la inercia, entonces... Esto ¡ay!, lo temía más que nada. Pronto había de salir de dudas.

A principios del año 1870 el Papa Pío IX recibió, por medio de las maravillosas vías diplomáticas que posee nuestra Santa Iglesia, informes secretos anunciándole que las tropas italianas tenían la intención de bombardear y entrar a Roma, como también saquear el palacio del Vaticano. Su Santidad confió sus temores al gran cardenal Sannini, su favorito, que era entonces el tesorero general.

Unas veces eran comisiones diplomáticas o personajes políticos que iban a gobernar repúblicas, y entonces parecía navegar con calmosa majestad, entrando solemnemente en los puertos embanderados, entre cañonazos y vítores. Las gentes se hablaban con frío comedimiento, mensurando las palabras, no atreviéndose a alzar la voz. Hasta los grumetes tenían un estiramiento protocolario.

Caballeros, hay aquí dos princesas que han reñido por cuestiones diplomáticas que no nos incumben. ¿Opinan ustedes que se den un beso antes que nos sentemos? Que se lo den: que se lo den exclamaron los tres hombres y Nati, mirando a la Socorro y Amparo. Esta se encaró furiosa con León. ¡Ja, ja!... Chica, no empieces ya a soltar gracias porque nos va a hacer daño la cena.

Con tenacidad, la señora Martholl se echó en busca de algún motivo «honorable» que los sacase de apuros; pero su imaginación, práctica en habilidades diplomáticas, permanecía infecunda, no sugiriéndole sino medios evasivos y dilatorios. Finalmente, a fuerza de acumular sobre aquella idea que la acosaba, todos los recursos de su espíritu fino y despreocupado, concluyó por encontrar un subterfugio.

Las gentes murmuradoras denunciaban sus ocultos convenios con modistas y sombrereras, que les proveían gratis para que propagasen sus invenciones. Pero aquí se detenía la maledicencia. De sus costumbres, de su vida en la casa, ni una palabra. Las rancias familias diplomáticas que habían conocido al ministro jamás tuvieron que amonestarlas por una imprudencia irreparable.

Y escápense más adelante a casa de la mamá de Fulanita para celebrar conferencias largas, íntimas, trascendentales, y procuren enseguida tropezarse con el papá de Menganito y desplieguen todas sus dotes diplomáticas para explorarle el corazón. Y por premio de estos sudores recibían, al cabo, un cartuchito de dulces el día de la boda.

Así lo exigen las buenas prácticas diplomáticas; así viven las naciones armadas hasta los dientes, prontas a despedazarse, pero enviándose embajadores y mensajes afectuosos. La chilena abandonaba el asiento, desdoblando su soberbia estatura para avanzar por la cubierta «con la majestad de la reina de Saba» según Isidro , seguida de un séquito de confederadas.

Venía en seguida la señora del ministro, joven, elegante, y respirando aún la atmósfera aristocrática de los salones de Viena, última de las residencias diplomáticas de su marido. Pocas mujeres he visto en mi vida más valerosas y serenas; jamás una queja, y en aquellos momentos que hacen perder la calma al hombre de temperamento más tranquilo, una leve sonrisa siempre o una palabra de aliento.

Es decir, que mi promesa estaba hecha; pero seis meses son seis meses, una eternidad, y como había que pasarlos de alguna manera, me eché a pensar en seguida diversos planes que me permitieran esperar agradablemente el principio de mis tareas diplomáticas; esto suponiendo que los agregados de embajada se ocupen en algo, cosa que no he podido averiguar, porque, como se verá más adelante, nunca llegué a ser attaché de Sir Jacobo ni de nadie.