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Algunos seres privilegiados han intentado descorrer el velo y nos han ofrecido, cada cual según su fantasía, sistemas risueños o lúgubres, austeros o frívolos, de lo que constituye el fondo de la vida. Pero estos sistemas no tienen ningún valor científico; no son más que hipótesis.

Su vida había sido un amargo y desbordado rodar hacia abajo, como todas las vidas y todas las cosas, hacia las negras aguas del misterio. Y aconteció que la misma noche que un periódico publicaba el elogio rimado de su risa, una de esas sombras que cantan canciones lúgubres y corrompidas en la alta noche, me dió la nueva amarga. ¡La pobre ha muerto hoy en el hospital!

Pero Ferragut reía, haciendo indicaciones lúgubres á los oficiales que estaban en el puente, para que resaltase mejor su seguridad profesional. Indicaba los escollos ocultos en el fondo.

Pero preferían solicitar un armisticio y entregar sus armas, para que los imbéciles que tanto los habían admirado pudieran seguir creyendo en su divinidad de invencibles y en que se retiraban á sus tierras era únicamente por consideraciones de política interior. ¡Lúgubres comediantes, como su amo, hasta el último minuto!...

Los negros encapuchados, silenciosos y lúgubres, sin otra vida que el brillo de los ojos al través de la sombría máscara, avanzaban de dos en dos con lento paso, guardando un ancho espacio entre pareja y pareja, empuñando el hachón de lívida llama y arrastrando por el suelo la larga cola de sus túnicas.

Esta mañana me paseaba por aquel lado, entregado a los más dulces pensamientos que de costumbre, cuando los sonidos lúgubres, distintos y prolongados del acero mortuorio, vinieron a distraerme de mis sueños del pasado. Retrocedí en dirección al pueblo y vi, en el ángulo del camino, un cortejo que avanzaba lentamente, recitando plegarias en voz baja.

La verdad es que también en el fondo de mi corazón siento un cierto no qué, que me obligaría a guardar silencio y... ¡ cuándo os digo que el alma es un abismo insondable! Mi querido cura, veo una procesión de ideas lúgubres que avanzan hacia mi ¡Dios mío, que mal equilibrado está el hombre! «Las circunstancias, sin duda alguna, modifican las ideas.

El acompasado andar de los cofrades, el gesto de la dolorosa agonía que aún en el rostro de la muerta se mostraba, vislumbres de belleza que, a pesar de los años y de la muerte, aún en ella aparecían, el desconsuelo de la mujer que tras la difunta iba, su mísera apariencia, y el perro que lentamente y con el hocico pegado al suelo en pos e inmediatamente iba, todo esto, cayendo como un chubasco de dolores sobre el alma compasiva de Miguel de Cervantes, hicieron que el paso tuviese, y que al pasar el lúgubre cortejo, con la una mano derribase el chapeo y con la otra se persignase; y aún no había acabado el padre nuestro, ni llegado a la mitad, cuando volviendo a calarse el sombrero, dejó el camino que llevaba y tras el pobre entierro fuese, acabando de rezar su oración y el alma entristecida por un doloroso presentimiento; que no era para él buen augurio, cuando iba pensando en sus amores y en los medios de librar a su doña Guiomar de sus congojas, con una desgracia tal haberse encontrado; y así, los cuatro hermanos conduciendo en paso lento el cuerpo muerto, y la mujer sin cesar en sus dolientes ayes detrás, y luego el perro, y a buena distancia Cervantes, siguieron hasta llegar a la puerta de la iglesia de San Salvador, cuya campana tañía a misa de alba, y en la cancela del templo detuviéronse los cofrades, dejando el medio ataúd en tierra, y la mujer doliente se arrodilló en las gradas del pórtico, y el perro se allegó a la difunta y la lamió el semblante; en tanto uno de los cofrades entrose por uno de los lados de la cancela, y a poco se abrieron las dos hojas de en medio, y el cofrade que las había abierto volvió a su sitio y a los pies del ataúd, y él y los otros tres le alzaron de nuevo, y ellos y la mujer y el perro en la iglesia entraron, y Cervantes también, pero quedose bajo el coro, a la sombra de un pilar, sumido más que nunca en sus amorosos y lúgubres pensamientos, ya mezclados y entristecidos por aquella mala aventura con que se había tropezado, y cuidadoso por la influencia que sobre él y sus cosas podía tener aquel encuentro; y ocurriósele que tal vez Dios le había puesto delante la muerte para advertirle y retraerle de los malos propósitos con que iba a tomar lenguas de un hombre para matarle; y poníasele por delante, que por mucha razón que él encontrase en su amor, y en la persecución y en la desgracia que doña Guiomar sufría por don Baltasar de Peralta, aquella razón no era bastante, ni teníala jamás un hombre, para destruir una criatura que él no había criado ni podía criar; y acometíale un tumulto de dudas y confusiones, que de una parte le embraveía la airada y pertinaz malevolencia contra la diosa de su amor, de su enemigo, y de otra se le venía poderosa a la memoria, y conmovía su alma cristiana, la divina palabra de nuestro Redentor Jesucristo, que había predicado el perdón al enemigo y el amor al prójimo.

Ninguna chanza alegre se escuchaba entre ellos como otras veces: ni una palabra salía de sus labios. Sus pasos sonaban huecos y lúgubres por la calzada pedregosa. ¡Así os vi cruzar por Entralgo con vuestras monteras sin flores, con vuestros palos enhiestos como una nube que avanza negra por el cielo para descargar su fardo de cólera sobre alguna comarca próxima!

Cuando el cuervo de Yégof, volando de cima en cima, se acercaba a aquel lugar de infortunio, el anciano Materne se disponía a disparar su carabina; pero en seguida el pájaro de mal agüero se alejaba velozmente, lanzando graznidos lúgubres, y el brazo del anciano cazador volvía a caer inerte.