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Al entrar en Buenos Aires, siendo Provincial, le rogó su secretario el P. Juan de Alzola, que, á lo menos en aquella ciudad, se dejase ver con sotana un poco decente, pues la que llevaba estaba de muy desteñida, casi blanca, porque si no le obligaría á él á que se vistiese otra semejante.

Este inesperado retraso hizo que dichos militares llegaran á San Luis con mucha demora, por lo que el tren que á las 3 de la tarde sale para Guantánamo ya había partido, lo que obligaría al coronel Machado y sus acompañantes á permanecer en San Luis hasta el día siguiente.

Obligaría a un director de teatro a que la contratase, interesándose en su empresa con unos cuantos miles de francos; pagaría a los críticos.

No buscaba nunca a hombre ni a mujer como no fuera para las necesidades de su profesión, o a fin de proporcionarse lo que necesitaba, y las mozas de Raveloe pronto se persuadieron de que jamás obligaría a ninguna a casarse con él contra su voluntad, tal cual si las hubiera oído declarar que no se casarían nunca con un muerto resucitado.

Mantoux juró por el Dios de sus padres que cuidaría a la joven dama como una hermana de la caridad y que la obligaría a vivir cien años. Está bien respondió la señora Chermidy ; usted nos servirá a la mesa esta noche y le presentaré al señor duque de La Tour de Embleuse. Muéstrese a él tal como es usted y yo le respondo que le admitirá.

En el año de 1704 salió en busca de los Puraxís que se habían retirado á una espesa selva para defenderse de los asaltos de algunos europeos que sin temor á las leyes, sobre el seguro de estar lejos de la vista de quien pudiese castigar sus excesos, se tomaban la licencia de hacer esclavos á los paisanos y venderlos á su gusto como tales; y llegando á donde uno de estos estaba alojado junto á aquellos pueblos, le recibió con mal semblante y peores palabras, diciendo al V. P. que aquel no era tiempo de hacer misiones, y así que se volviese y metiese en su Reducción, porque si no lo hacía por bien, le obligaría, mal de su grado, á que lo hiciese.

Siempre tengo en la memoria el acento dolorido con que don León me recitaba aquellos versos salidos del alma: ¡Qué falta de cordura! ¡Qué sobra de imprudencia! ¡Adoptar desventura! ¡Desechar avenencia! No hay para qué decir que yo celebraba mucho los versos de don León: juzgábalos sinceramente bellos; mas, aunque así no fuese, el respeto me obligaría a ponerlos sobre la cabeza.

De igual modo tienen que proceder sus cómplices; porque si la misma causa no les indujera a ello, les obligaría, como ya le dije a usted, la necesidad de ser reservados si querían ser favorecidos. También esto es de sentido común.

Si hubiese un abismo por allí, es seguró, tambien que me obligaria á meter las narices en el abismo, como me obligó á mirar la cúpula desde la baranda de hierro, á la altura de un décimo piso. La verdad, dicho sea sin ofender á nadie, no tengo ninguna comezon por ser héroe ni en las profundidades, ni en las alturas.

Al replicar, nos es imposible haber hablado interiormente; pues que la instantaneidad con que replicamos no nos consiente el hacerlo. ¿Cuántas veces al oir un raciocinio, notamos al instante un vicio, que si tuviéramos que explicar con palabras nos obligaria á un discurso? ¿cuántas veces, al proponérsenos una dificultad, vemos al instante la solucion, que nos es imposible expresar sin muchas palabras? ¿cuántas veces descubrimos á la primera ojeada, el punto flaco de una razon, la fuerza de un argumento, la facilidad de retorcerle contra el que le propone, y todo esto sin medir ninguno de los intervalos necesarios para la locucion externa ó interna?