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Actualizado: 28 de junio de 2025
Oía los hermosos proyectos que hacían Makaraig y Sandoval y le sonaban á ecos lejanos; las frases del vals le parecían tristes y lúgubres, todo aquel público, fátuo é imbecil, y varias veces tuvo que hacer esfuerzos para contener las lágrimas.
Hullin iba a referir a Catalina la conversación que había tenido el día anterior, en el vivaque, con el loco, pensando que éste sería el mejor medio de quitar a la anciana sus lúgubres preocupaciones; pero al verla de acuerdo con Yégof en el capítulo de los mil seiscientos años, el buen hombre no dijo nada y prosiguió su paseo silenciosamente, cabizbajo y pensativo. «Está loca pensaba ; la más ligera agitación acabará con ella para siempre.»
Tal vez Ataide, que sufre y ama, ve en la corriente, pasando rápida, su vida entera, su vida ingrata, en fugitivas sombras fantásticas, y en voz de llanto doliente exclama: «¡Ay vida triste! ¡Corriente amarga!» Sus negros ojos lucientes lanzan fulgores lúgubres, siniestras ráfagas, cual si en su seno, con furia insana, se revolviese tormenta brava.
Era tan horrible lo que iba a suceder, y tan lúgubres los preparativos del suceso, que, más por huir la tristeza que por amor al bello sexo, aunque no dejo de profesarlo, me coloqué debajo de uno de los balcones y me puse a mirar a cierta rubia, que no pagó verdaderamente mi atención dicho sea en honor suyo. ¡Por qué había de mirarme, cuando ni siquiera me iban a dar garrote!
Por esto sintió mucho Arnaiz que Estupiñá dejara la casa en 1837, cuando se le antojó establecerse con los dineros de una pequeña herencia. Su principal, que le conocía bien, hacía lúgubres profecías del porvenir comercial de Plácido, trabajando por su cuenta. Prometíaselas él muy felices en la tienda de bayetas y paños del Reino que estableció en la Plaza Mayor, junto a la Panadería.
Hasta las cosas familiares entraban en el temeroso encantamiento: una inmóvil colgadura, un paño negro, un antiguo retrato de familia, un espejo, una daga, exhalaban a veces, para él un sentido perturbador, vahos de espanto y de demencia. Hubiérase dicho que ciertos objetos buscaban expresarle lúgubres presagios.
No hacía más que mirar, mirar y hacer memoria de aquel tenebroso mundo en que había vivido, allá donde quedaban perdidos entre la bruma sus pasiones, sus ideas y sus errores de ciego. Florentina se acercó derramando lágrimas, para examinar el rostro de la Nela, y Golfín que la observaba como hombre y como sabio, pronunció estas lúgubres palabras. ¡La mató! ¡Maldita vista suya!
La noticia corrió de un extremo a otro de la corte, sin hacer derramar una lágrima, pero despertando por todas partes la admiración, el espanto y, sobre todo, la curiosidad; la curiosidad ansiosa y hasta, por decirlo así, rabiosa de conocer los pormenores de aquel drama misterioso, más interesante que los lúgubres episodios de Ana Radcliffe y las dramáticas aventuras de Clara Harlowe.
A las seis de la mañana, Peña y don Feliciano por una parte, y Maza y Delaunay por la otra, los sacaron de sus domicilios para conducirlos al cementerio viejo. ¡Dios mío, al cementerio viejo! ¡Qué ideas tan lúgubres revolotearon por el cerebro de don Pedro Miranda mientras caminaba hacia allá! No es posible compararlas sino con las que asaltaron a don Rudesindo en el mismo trayecto.
Memorias fúnebres, ceremonias lúgubres, ocasiones repetidas de lágrimas y lamentos para los amigos y deudos, de exaltacion y mayor encono para los enemigos, son casi las únicas dedicaciones que ocurren en la iglesia mayor hasta el reinado de D. Enrique el Bastardo.
Palabra del Dia
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