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Podrá ser dijo el ciego, que aquel día estaba muy lacónico. La Nela no estaba lacónica sino muda. Cuando se acercaron a la concavidad de la Terrible, Florentina admiró el espectáculo sorprendente que ofrecían las rocas cretáceas, subsistentes en medio del terreno después de arrancado el mineral.

Florentina, que es un ángel de Dios, ha querido hacer de ti una amiga y una hermana; no conozco un ejemplo de virtud y de bondad como las suyas... ¿y qué has hecho?... huir de ella como una salvaje.... ¿Es esto ingratitud o algún otro sentimiento que no comprendemos? No, no, no replicó la Nela con aflicción yo no soy ingrata.

Grande fue el asombro del doctor al ver a la señorita sola y con aquel interesante aparato de pena y desconsuelo, que lejos de mermar su belleza, la acrecentaba. ¿Qué tiene la niña? exclamó con interés muy vivo . ¿Qué es eso, Florentina? Una cosa terrible, Sr.

Pensaba ella que una fuerza sobrenatural le tiraba de la mano y que iba fatal y necesariamente conducida, como las almas que los brazos de un ángel trasportan al cielo. Aquel día tomaron el camino de Hinojales, que es el mismo donde la vagabunda vio a Florentina por primera vez. Al entrar en la calleja la señorita dijo a su amiga: ¿Por qué no has ido a casa?

, señor.... Para todas las cosas hermosas ven y hablan.... Por eso cuando todas me han dicho: «ven con nosotras; muérete y vivirás sin pena»... ¡Qué lástima de fantasía! murmuró Golfín . Alma enteramente pagana. Y luego añadió en voz alta: Si deseas la vida, ¿por qué no aceptaste lo que Florentina te ofrecía? Vuelvo al mismo tema.

En seguida, alargando la guitarra a nuestro científico patrón, le invitó a que tocase para echar otro baile con la hermana; mas la madre Florentina se levantó vivamente, y con semblante muy serio se opuso resueltamente a ello. Bastaba de tonterías. Había cedido a lo primero sin deber hacerlo, pero aquello rebasaba ya los límites.

Marianela no dijo adiós a nada, y como en la casa no estaba a la sazón ninguno de sus simpáticos habitantes, no fue preciso detenerse por ellos. Florentina salió llevando de la mano a la que sus nobles sentimientos y su cristiano fervor habían puesto a su lado en el orden de la familia, y la Nela se dejaba llevar sintiéndose incapaz de oponer resistencia.

María comprendiendo aquel movimiento de cariño, corrió velozmente hacia la señorita, y apoyando su cabeza en el seno de ella, murmuró entre gemidos: ¡Por Dios!... ¡déme usted un abrazo! Florentina la abrazó tiernamente. Entonces, apartándose con un movimiento, o mejor dicho, con un salto ligero, flexible y repentino, la mujer o niña salvaje subió a un matorral cercano.

Prima... ¡por Dios! exclamó Pablo con entusiasmo candoroso ¿por qué eres tan bonita?... Mi padre es muy razonable... no se puede oponer nada a su lógica ni a su bondad.... Florentina, yo creí que no podía quererte; yo creí posible querer a otra más que a ti.... ¡Qué necedad!

Cuando estuvieron solas Florentina dijo a María: Ruégale a Dios de día y de noche que conceda a mi querido primo ese don que nosotros poseemos y de que él ha carecido. ¡En qué ansiedad tan grande vivimos! Con su vista vendrán mil felicidades y se remediarán muchos males.