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Asentía á todo cuanto se le dijese, cerrando los ojos, bajando la cabeza y diciendo en tono melífluo: «¡PerfectamenteTenía el Sr. Velasco de la Cueva infinitos modos de pronunciar este perfectamente, alargando, contrayendo, reforzando ó suavizando las sílabas, de tal suerte que se ajustaba al tono y significado de las palabras del interlocutor.

Leyólo éste y una sonrisa mitad maliciosa, mitad placentera, se esparció por su rostro. Toma, Tristán; el contenido es para ti dijo alargando el papel a su cuñado. El telegrama decía textualmente: «Ignoro si Aldama regresó de su viaje. Hágale saber que ensayos de su drama comenzarán semana próxima. EstévanezLas mejillas de Tristán se tiñeron levemente de rojo. Don Germán soltó una carcajada.

Hice un ademán para que no siguiese adelante, levantando los hombros y alargando la mano hacia él. Usted no me conocía dije gravemente. Eso es, no le conocía a usted. Yo quisiera enmendar mi falta. Basta que me lo recomiende mi amigo don Cosme para que yo le sirva en cuanto pueda.

En seguida, alargando la guitarra a nuestro científico patrón, le invitó a que tocase para echar otro baile con la hermana; mas la madre Florentina se levantó vivamente, y con semblante muy serio se opuso resueltamente a ello. Bastaba de tonterías. Había cedido a lo primero sin deber hacerlo, pero aquello rebasaba ya los límites.

Corriente; pero sucede que no existe ese hijo, y que tampoco me dijo usted si la falta de él puede sustituirse con... algo. ¿Con qué, Marcelo? ¿Con qué? Y aquí el bendito de Dios erguía su cabeza, alargando el pescuezo descamado y rugoso y devorándome con los ojos anhelantes.

Pero, ¿cómo se lo decía a la irritable Xuantipa, sin suscitar una escena ominosa, y en presencia del señor Colignon? Dos o tres pares dijo, al fin, Belarmino. ¿No sabes si son dos o tres? preguntó Xuantipa, irguiéndose rápida y enderezando las sierpes de sus ojos hacia el anonadado Belarmino. Lo tengo apuntado. ¿En dónde? A ver, a ver... exigió Xuantipa, alargando el brazo amenazador.

Fuertemente asida con ambas manos a los hierros, la cara pegada a estos, alargando la boca para ser mejor oída, decía con voz plañidera: «Cojita mía... cañamoncito de mi alma, ¡cuánto te quiero!... Allá va el patito con sus meneos; una, dos, tres... Lucero del convento, ven y escucha, que te quiero decir una cosita».

Llegaron á Cataluña, y dieron al rey su embajada; propusieron el agravio grande que se les habia hecho emprender debajo de y palabra á Berenguer su capitan, y continuar lo mal hecho alargando su libertad; que de parte de todos venian ellos á hecharse á sus pies, esperando de su clemencia, que olvidados los disgustos pasados, daria el remedio que conviniese, y buen despacho á su peticion.

Don Juan miró rápidamente a todos lados, vio que nadie podía sorprenderles, y alargando los brazos, intentó coger las manos a Cristeta; mas ella, echándose hacia atrás, las esquivó temblorosa, exclamando: ¡No! ¡No me toques!... Adiós, adiós. Y al decir esto, se apartó muy despacio.

La rabia surgió terrible en su alma, y sin reparar en lo que hacía, incorporose en el lecho, alargando las manos a la percha para coger su ropa... «Ahora mismo, ahora mismo voy, y con esta zapatilla le aporreo la cara hasta chafarle la nariz... trasto, indecente. ¡Decir eso...!, ¡una mentira tan grande! ¿Pero qué hora es? ¡Si están dando las doce!